Intento de Ascenso del Cerro Tupungato (6.650m) – Traducción del artículo de 1925

Intento de Ascenso del Cerro Tupungato (6.650m) realizado entre el 24 y el 30 de Diciembre de 1924

Por Joachim Schmidt

“Vivac en la tormenta 5.700” debería llamarse esta historia poco reconfortante, puesto que fue la tormenta la que, en esta ocasión, al igual que a mí el año anterior en el Aconcagua, nos impidió tener el éxito que acá nos saludó desde mucho más cerca que allá. El viento y el tiempo son los enemigos más peligrosos del éxito en las alturas de la cordillera, las dificultades técnicas que ofrece no son las de otras montañas.

El 27 de diciembre a las 3:30 de la tarde, alcanzamos V. S. y yo, tras 3 horas y media de marcha desde el vivac 5.150, el punto desde el cual el último ataque a la cumbre debía resultar exitoso. Según estimaciones de la carta, formaciones del terreno y el uso de algunos datos que habíamos establecido, nos encontrábamos a 5.700m. El altímetro de V. S. nos había abandonado indignamente a 5000m, su escala no seguía más arriba, pero ya antes, al alcanzar el Portezuelo del Tupungato el 26 a la 1:00 del mediodía, él había realizado algunas mediciones y marcado casi 5000m, mientras que la poco confiable carta de la Comisión de Límites mostraba 4.750m.

Para decirlo de forma rápida, muy fuertes no habíamos salido de nuestro campamento. En primer lugar, esperábamos llegar hasta 6.000m, pero nuestro buen arriero José María Castillo nos aclaró que más arriba no podía ir y que las mulas tampoco. Primero parecía que José María no podía seguir porque se había apunado de mala forma. Con ansías me imaginaba la cara de guerrillero de mi buen Manuel Urtubia de Los Andes, con el cual habría superado el acarreo restante que nos separaba de la arista somital y habría alcanzado la última terraza bajo un bloque de rocas para armar el campamento. Entonces fue en la hondonada de una morrena, lamentablemente abierta y desprotegida donde debíamos levantar el campamento. Además, la cercanía de un gran campo de penitentes, el resto de una glaciación anterior, no dejaba esperanza de un alza en la temperatura.

Luego de terminar el trabajo más importante, levantar un muro entre la habitación y las rocas para protegernos del viento, debíamos, al menos, dejar que la enorme vista a nuestro alrededor hiciera su efecto sobre nosotros. El macizo del grupo “Las Polleras”, que en los últimos dos días de ascenso por las laderas del Tupungato a cada hora más se desplegaban delante de nuestros ojos, se encontraba ahora completamente delante nuestro puesto que su cumbre con forma de cuerno (5.910m) superaba en altura a nuestro campamento de forma poco significativa. El Tupungato se encuentra un poco al Este de la línea principal de la cordillera central, cuyo término al sur lo forma él mismo. Así la vista alcanzaba a casi todos los 6.000’s de esta zona, hacia el Norte el Aconcagua hasta el Alma Negra y Mesa: un panorama en el que el Aconcagua se ve como siempre, pero que la vista supera en alcance. De todo lo que he visto en la cordillera, este panorama da la impresión de ser el más “alpino” con la zona del cerro Juncal y el Polleras, también todo entre los ríos Aconcagua y Colorado (valle del Tupungato) que es conocido por ser el más erosionado de la zona central. Las cumbres se suceden abruptas y amenazantes por sobre las paredes que se levantan inescalables hasta por 2000m y las caras y aristas Sur, sobre las que caen nuestras miradas, están fuertemente glaciadas. Desconociendo la cordillera se creía hasta hace poco que no había glaciares en esta región y sabios eruditos en Europa esgrimían las pruebas de por qué en la cordillera central éstos no se podían formar. Les recomiendo revisar algunas de mis fotografías del grupo Polleras para tener una visión adecuada.

Un carácter completamente diferente a nuestra vista es el que presenta el Tupungato, unido por una aguda arista al grupo del Norte y a no mí me parece improbable la teoría de que él, al igual que su vecino el Tupungatito, sea un volcán apagado. Es sabido que proveer pruebas geológicas en la cordillera es difícil, además cada geólogo prueba algo diferente, pero Reichert y Helbling, los primeros exploradores de esta zona no descartan esta posibilidad. En lugar de las abruptas laderas en capas y las placas que caen hacia el Este del grupo del Polleras, el macizo del Tupungato forma un cono alargado que se encuentra coronado por una cumbre algo empinada y con “costras”. El tipo de roca no permite sacar conclusiones, puesto que es el mismo enredo como en todas partes y el geólogo lo llama “toba volcánica”. La pregunta, si es que estas rocas provienen del tiempo anterior o posterior a la formación de la cordillera, permanece abierta mientras no se encuentren a los pies del Tupungatito nuevas (geológicamente nuevas) coladas de lava. Aparte de eso, la forma del Tupungato se parece bastante a la del Aconcagua cuyo origen no volcánico ya fue demostrado. En mi vivac a 5700m, yo llego a la conclusión que me es más o menos indiferente; a mí no me motiva el afán de conocimiento de las montañas, sino que la alegría estética por su belleza, la ambición deportiva y un poco, la difícil de apagar sed de aventuras del glorioso siglo XX.

Tupungato desde el Noroeste durante la aproximación.
Tupungato desde el Noroeste durante la aproximación.

Así fue también esta vez y nosotros tres, tras tres días de aproximación, nos encontrábamos en un estado humano primitivo. El 24, ya casi 11 horas en el portezuelo, después de ir cerro arriba, cerro abajo por sobre, digamos algo “expuestas” huellas de animales del río Colorado, donde él se abre camino por el cordón occidental de la cordillera, comenzamos nuestras celebraciones de navidad con sólo un trago de la poco deportiva botella de alcohol de L. El primer día de navidad nos encontró preparados a 4.450m y nos ofreció a V. S. y a mí el especial encanto de tener que escalar por error una chimenea cuando regresamos de una salida exploratoria.

Ya en este campamento se hizo necesario enviar los animales de regreso para que así pudieran encontrar en las vegas del Tupungato algo de pasto y luego al otro día nos trajeran leña.

El 26 resultó que los caballos desde ahora en adelante ya no eran algo agradable a la vista, pero al cabalgar eso se olvidaba. La valiosa carta muestra un sinuoso camino hasta el portezuelo y desde ahí hacia arriba, pero en la naturaleza no existía ni un rastro de él, ni siquiera un último mojón, los restos de la comida de caballos y mulas. En tres horas, desde las 10:00 hasta la 1:00, subimos por el acarreo hasta el portezuelo y debimos tallar con el piolet el camino para los animales por los penitentes, un trabajo que cerca de los 5.000m no es para nada refrescante. Para los pies de las personas, que han aprendido a andar así en la montaña, alcanza con un golpe del piolet para cortar la punta de un penitente sobre la que se pisa firme. Los caballos y mulas parecen, al contrario, predestinados a pisar siempre por el lado; se necesita mucho esfuerzo si es que un jinete piensa que su cabalgadura está dotada de una gran capacidad. En eso la mula, siempre mirada de forma muy subjetiva, es mucho más capaz y sabe cómo deshacerse de una carga bien amarrada para luego alegremente elegir su camino, lo que de inmediato causa preocupaciones a alguno de los nuestros.

El tiempo de marcha, debido al necesario transporte de la carga en nuestras espaldas, era limitado y también J. M. con su cara de apuro hizo lo posible para evitar que ese día llegáramos más arriba, así que a las 3:30 levantamos el campamento a 5.150m.

Así estábamos, lamentablemente sin L. que debido a la puna tuvo que bajar con los animales a las vegas, listos para la salida y queríamos hacer lo más importante: cuidar nuestras fuerzas.

A pesar de eso me picaba la curiosidad y subí por la tarde a la arista para sondear el terreno. Una vez sobre la arista se seguía fácilmente de forma que pronto tenía una buena vista de la ruta de ascenso para el próximo día. Con claridad se reconocían las rutas de los primeros ascensionistas, Stuart Vines y más tarde Helbling y Reichert, que habían sido alcanzadas desde el valle del Tupungato. Sentí una tardía compasión por ellos; el penoso trabajo de subir desde los 4.000m por una quebrada cubierta por acarreo, debe haber sido calamitoso.

Una creciente nubosidad sumada a un viento frío me llevó de vuelta al vivac, pero allá no todo era alegría. La temperatura había caído rápidamente y estábamos sentados bastante desprotegidos con los dientes castañeteando alrededor de un pequeño fuego de “cuerno de cabra”, una raíz dura de matorral con humo acre. Con creciente interés seguíamos el proceso de cocción de dos pedazos de pollo y una lata de extracto de carne que debían darnos una nutritiva sopa, pero que con la conversación no parecía avanzar. Tras una larga pausa confesamos V. S., acostumbrado al calor de las cacerías de África Central, y yo que seriamente deberíamos investigar si es que hay otros deportes que también sean gratificantes aparte del alpinismo.

Bajo estas circunstancias, nos pareció que el saco de dormir era el único lugar donde valía la pena vivir, dado que cubierto con ponchos nos mantenía calientes. V. S. tuvo una pequeña batalla consigo mismo y finalmente sucumbió y sacó por última vez, pero realmente por última vez su botella de cognac. ¡Dios mío! Yo tenía al cognac como uno de los mejores tragos y mis recuerdos me llevaban hacia aquellas gotas a través del alma, pero nunca uno me cayó tan bien. Ahora se podía contemplar de nuevo la vida a gusto y no se veía tan mal. A la mañana siguiente a las 4:00 debíamos continuar y aún cuando estuviera salvajemente frío, no sería tan malo.

La situación se desarrolló de otra manera. A las 9:00 se terminó mi dormitar, puesto que un desagradable aullido se escuchó a lo lejos. Ahí lo teníamos: tras una corta calma, había vuelto el viento, es decir, ahora había comenzado una tormenta de fuerza doce. Correcto, estaba comenzando a caer sobre nuestro vivac; la olla castañeteó melancólicamente. La sopa caliente en la mañana la podíamos olvidar. Rápidamente amarramos los cordones de los sacos de dormir e hicimos como si no hubiéramos sentido nada. Nos sentíamos bien y nos quedamos dormidos hasta el próximo acto a eso de las 2:00. Envuelto como una muñeca de seda escuché con creciente desconfianza el sonido de patas de animales acercándose a mi cabeza, si es que no detrás de la pirca, pero de todas formas muy cerca, aunque no se pudiera ver nada. Correcto, una mula había salido de paseo y encontró obvio que cerca mío estaba más protegido del viento. Correcto, se pone a escalar la pirca y está a punto de instalarse sobre mi abdomen. Esto ya va demasiado lejos. Con un fuerte grito me levanto con todo lo que tengo y golpeo con la cabeza a la bestia en su pecho. De alguna manera, eso fue suficiente y la mula se aleja molesta, pero lo suficiente como para que J. M. tenga que buscarla acá arriba. Desde ese momento se acabó la tranquilidad, con el viento que había era imposible volver a amarrar los cordones del saco de dormir, todo aleteaba ruidosamente alrededor y cada punta que uno lograba tomar se volvía a soltar. Cada diez minutos soplaba de nuevo por un agujero y cuando ya creía tener una posición segura, entonces me enterraba una piedra filuda.

Brrr, toda la situación era muy fastidiosa, sobre todo cuando uno podía hacer más que seguir esperando a que amaneciera. A las 3:00 queríamos levantarnos, para que así a las 4:00 pudiéramos partir. Entonces me despertó un golpe de V. S. en las costillas y resonó su “three o’clock in the morning”. A través de mi molino mental zumba por un instante, un instante muy corto, la empalagosa melodía de vals “Three o’clock in the morning” y entonces me doy cuenta de que ambas no tienen nada en común. Saco la cabeza del ya medio desarmado gorro del saco de dormir y la violenta tormenta con rabia descontrolada me atrapó en sus garras. Con las primeras luces antes del amanecer saludan pálidos y lechosos los glaciares y las paredes del Polleras y a través del aire helado brillan sin compasión las estrellas. Tras unos pocos segundos, las orejas notan algunos grados bajo cero y como V. S. hace rato se escondió adentro de su saco de dormir, yo también me sumerjo en él.

A las 4:00 de pronto tengo una imagen fantástica revoloteando sobre mí, J. M., que intenta explicarme que con este tiempo no puede hacer fuego y calentar café. Le doy la razón y estoy convencido de que no me ha despertado por su diligencia, sino que porque él no podía dormir y le molestaba que yo lo hiciera.

Ahora queda la esperanza de que el viento disminuya con la salida del sol, pero no, huiihuuhuuu sigue soplando. Entonces esperamos a que el sol esté arriba para que, al menos, nos dé algo de calor, puesto que en estas condiciones no se puede pensar en continuar la marcha, el frío unido a la tormenta nos doblegaría.

A las 8:00 me explica V. S. que si partimos a esa hora no podríamos tomar café, puesto que todavía no se puede hacer fuego, además el agua en nuestras botellas está congelada, a pesar de que las metimos con nosotros dentro de los sacos de dormir. ¿Qué podíamos comer? Es algo difícil de responder, la única sensación que con seguridad tenemos es frío y viento. Nos ponemos de acuerdo que en lugar de los acostumbrados huevos fritos podríamos probar beber los huevos, pero también este intento falla, los huevos están congelados y en estas condiciones no saben bien, aparte de que enfrían nuestro interior.

Entonces nos preparamos para partir sin desayuno. No tengo mucha esperanza, con esta tormenta el avance va a ser muy lento y luego viene el regreso, pero como ya hemos llegado tan arriba, no queremos desaprovechar la oportunidad. Quizás hacia mediodía pare el viento, aunque no es probable. La solución es llevar tan poca carga como sea posible, un poco de chocolate y ciruelas cocidas, eso es todo. El hombre tiene que ser capaz de existir sin comer por 24 horas. Incluso la máquina fotográfica la dejo, con este viento va a ser imposible hacer algo con ella y si es que lo fuera, ¿qué puedo conseguir? Este viento me pone débil y con la cuerda tengo carga suficiente y debo llevarla de todas maneras, puesto que no sabemos cómo es la zona de la cumbre.

A las 9:00 partimos, primero por el acarreo hacia la arista de arriba, todavía en sombra y con mucho frío, además el viento con frecuencia nos devuelve algunos metros; brrr, se necesita energía o que simplemente nos golpee con porfía el pensamiento de que allá, allá se sigue subiendo. ¿Por qué seguimos avanzando? ¿No sería mejor comenzar a descender? Estos pensamientos, en realidad, no los tenemos. Una vez leí un reporte de un ascenso al Illimani que la típica influencia de la altura es cuando las funciones mentales disminuyen y sobre todo la memoria desaparece. A mí también me parece que es así, estoy medio en trance; los pensamientos no alcanzan para los próximos tres pasos y, sobre todo, me interesa la pregunta si es que detrás de alguna gran roca voy a encontrar protección del viento. Veo y reconozco los cerros alrededor, pero no me dejan ninguna impresión, a pesar de que, para mí sorpresa, me encuentro totalmente fresco, es decir, no siento ningún síntoma de la puna. Por otra parte, siento que la capacidad crítica del cerebro disminuye de forma notable, puesto que no se me ocurre detener la marcha. Desde hace cuatro días pensamos en forma subconsciente “tengo que subir” y de esa forma el cerebro está preparado para esta idea que no es capaz de formular algo diferente.

Grupo del Polleras desde el Tupungato

Al alcanzar la arista se vuelve un poco más agradable, en la cara Oeste estamos algo más protegidos del viento y el sol algo calienta. Sin duda nuestra velocidad ha bajado debido a los obstáculos climáticos. Para el mismo trayecto que realicé ayer en una hora, necesitamos hoy una hora y media, pero seguimos subiendo y más rápido que lo que pensábamos. Con seguridad habíamos calculado que sobre los 6.000m como máximo podíamos ganar 100m por hora. Estamos logrando un promedio de 150m (comparados con los 300m de alturas medias). En efecto, el terreno no es difícil y no es necesario realizar ninguna escalada por ahora.

El viento nos obliga a detenernos en la cara Oeste en la última terraza bajo el bloque de la cumbre y paso a paso debemos luchas, ambos separados, para avanzar desde un grupo de rocas que dan protección al siguiente, mientras abajo nuestro cuelga el glaciar Oeste. Con ojos ansiosos estudio en cada detención el bloque de la cumbre que realmente no se ve muy difícil. Su forma recuerda a la cumbre del Caquicito, cuando ésta se encuentra sobre uno que está parado en el Schneidereck. Sólo es difícil de estimar la magnitud, el azul de las gafas de sol debilita la capacidad de estimación a largas distancias y falta algún punto de referencia para comparar. Los bloques de adelante pueden tener 2m de altura, pero también 10m. Sea como sea, nuestra ruta continúa derecho hacia unos acarreos, sobre los cuales comienza una chimenea que se encuentra cerrada por un pequeño muro y está cubierta por nieve dura, pero la pendiente parece ser abordable. Arriba no se ve difícil seguir por lo que se reanima el espíritu de aventura y la silenciosa fórmula ya no es “tienes que subir” sino que “quiero subir”.

A las 12:30, según las curvas de nivel de la carta especial de Reichert/Helbling, había alcanzado los 6.300m y estaba bajo el acarreo que lleva a la chimenea. V. S. estaba unos 100m más abajo. Tras una cuidadosa estimación necesitábamos todavía unas 3 a 4 horas hasta la cumbre. Para el descenso no quedaba mucho tiempo y sólo podríamos alcanzar el campamento a 5.150m donde J. M. tenía la tarea de dejar los sacos de dormir y la comida, en caso de que creyera que él con la mula ya no podían esperar más debido al mal tiempo.

Bajo estas circunstancias llegó el momento en que debíamos tomar la decisión definitiva si es que seguíamos o no y para eso era necesaria una evaluación desapasionada de nuestras posibilidades. El tiempo no había mejorado, aunque la tormenta, debido al calor, no se sentía tanto. La nubosidad, hasta las 10:00 sólo con nubes medianas y cumulus a 7.000-8.000m, estaba aumentando rápidamente y era más fuerte que la del día anterior a la misma hora. Además, soplaba el viento desde el Norte, es decir, en la dirección en que se estaban formando las nubes. Al Norte nuestro, desde el Aconcagua hasta el grupo del Polleras había nubes de nieve hasta los 6.000m y se veía como se arrastraba la nieve, no con mucha fuerza, pero algo nevaba. Según mis cálculos las nubes cubrirían la cumbre del Tupungato en una hora y en dos horas comenzaría a nevar. Un obstáculo decisivo para el ascenso y aunque no ocurriera, de todas maneras dificultaría el ascenso e impediría la vista. Además, era dudosa la situación climática para el descenso y parecía cuestionable si es que bajo esas circunstancias seríamos capaces de encontrar el vivac a 5.150m en la oscuridad y sobre todo no me parecía seguro que J. M. hubiera realmente dejado el equipo ahí. Con seguridad no se había quedado esperando, él mismo estaba tan débil que debía haber descendido de inmediato en cuanto ya no estaba bajo nuestro control y debía estar convencido de que los “gringos locos” iban a regresar por lo que no tenía sentido dejar cosas allá arriba que al otro día tendría que ir a buscar.

La racionalidad humana entonces dice “regreso”, pero este no sólo se encuentra en contra de la ambición deportiva, puesto que nadie quiere ser el primero que hable de regresar, sino que también contra el orgullo nacional por ambos lados. Desde 1914 es la primera vez que dos representantes de las “two white nations” se encuentran en una competencia alpina en la cordillera por lo que ninguno de los dos quiere ceder, pero finalmente ambos vemos en el otro que todavía estamos a la altura, es decir, que todavía podríamos seguir, así que de esta forma me decido a regresar y explicarle a V. S. las razones para esto. Primero hay algo de titubeo, quizás porque él no cree en mis pronósticos meteorológicos, quizás por su sed de prestigio, hasta que finalmente me da la razón y comenzamos a regresar. Es una pena, pero no hay otra opción.

Para mi tranquilidad se instala el mal tiempo pronosticado y me da la razón. Debo decir que me sentí aliviado, cuando a las 2:00 toda la zona de la cumbre estaba cubierta por nubes y a las 3:00 comenzaron a caer los primeros copos de nieve. También encontramos el vivac a 5.150m totalmente abandonado, es decir, que el pronóstico basado en el juicio acerca del valor de los arrieros chilenos era correcto.

El descenso hasta abajo en las vegas a 4.000m no es exactamente un placer, pero se realiza relativamente rápido. A las 6:00 pude responder la pregunta con que L. me saludó -¿cuántos huevos fritos debía preparar en el sartén para mí?- con la tranquilizante respuesta de cuatro al mismo tiempo que estiraba mis músculos junto al fuego. De esta manera el año de los montañistas 1924 había comenzado en enero en el Aconcagua y terminado de forma digna en el Tupungato.

Artículo publicado originalmente en la Revista Andina 1925 Heft 3

Traducción: Álvaro Vivanco