Fue en Quilpué, en una hermosa tarde del año 1925. Yo estaba invitado allá por el amigo Eddy y estábamos paseando tranquilamente por la estación mirando a las chicas que daban vueltas por ahí para dejarse admirar. En eso llegó un tren en dirección a Valparaíso y Eddy me golpeó en un costado diciéndome: “Ahí está Jürgen, un compañero de clases de Valparaíso, lo tenemos que saludar.” En una de las plataformas del tren estaba parado un joven con una cara muy juvenil y bronceada que se veía como si él hubiese recibido recién la confirmación. Ambos se saludaron afectuosamente y yo fui presentado. Así conocí a Jürgen Lüders, quien pronto se convertiría en mi mejor amigo.
Antes de que el tren partiera, habíamos acordado hacer una excursión en los alrededores de Quilpué el domingo siguiente, la que resultó muy simpática y cordial. Más tarde invitamos a Jürgen a Santiago para hacer una excursión por dos días; en otra ocasión fui a Valparaíso para caminar con él a Las Docas. También lo invité a una gran fiesta en el Club Alemán.
Mi nuevo amigo, que pronto se cambió en Valparaíso al mismo negocio en que yo trabajaba en Santiago, fue trasladado al poco tiempo por la empresa a Santiago. Desde ese momento estuvimos juntos todo el tiempo: tras cerrar el negocio, de vez en cuando nos íbamos a tomar un trago, íbamos juntos a celebraciones y en los fines de semana y en vacaciones íbamos juntos a la montaña o a la playa. Nuestras primeras vacaciones juntos las recuerdo con exactitud. La primera semana salimos, sólo provistos con un saco de dormir, algo de verduras y sal, de Valparaíso hacia Cartagena siempre por la costa. Jürgen tenía su caña de pescar, yo mi escopeta de caza y no queríamos pasar hambre. En la segunda semana -en la que llevé a mi hermano menor- caminamos desde San Gabriel a la laguna Negra. ¡Qué fantásticas vacaciones!
Hacía algunos años se había formado el DAV Santiago y se habían fijado en nosotros, caminantes solitarios. En reiteradas ocasiones se nos pidió ingresar al club, pero ¿qué haríamos nosotros en un club? ¿Ir con otras personas a una excursión? ¡Eso ni se pregunta! Incluso habíamos pensado en nuestro propio refugio de ski -una “casa de piedra” en realidad- que construiríamos nosotros solos bajo una gran roca en el Potrero Grande cerca del Manzano. Nos conseguimos una picota de fierro, una pala y un azadón y con eso habíamos trabajado duro. La construcción nunca se terminó debido a la falta de tiempo y ayuda. Nosotros mismos nos hicimos nuestros esquíes y, como no teníamos idea de fijaciones, clavamos las botas a las tablas. Obviamente esto no funcionó debido a la falta de compañeros con más experiencia. Pero ¿ingresar a un club? ¡Nunca!
Sin embargo… En una salida a los Baños de Cal en el valle del Arrayán, nos encontramos un hermoso domingo con un grupo del DAV. Descendimos juntos y el señor Heller, el activo presidente de la época, nos invitó a regresar juntos a Santiago en una micro que esperaba al grupo en Las Condes. Hizo notar que era sin necesidad de pagar. Nos pareció muy considerado de parte del grupo y pensamos que un club como éste quizás no sería tan malo. Entonces ya no fueron necesarias tantas palabras del señor Heller: nos registramos y en agosto del año 1928 ambos fuimos aceptados formalmente como socios del DAV.
Como cuota de incorporación fueron aceptadas nuestra picota, la pala y la azada que se encontraban en el Potrero grande bajo una roca. Con esas herramientas construimos junto a compañeros del club bajo otra gran roca en el Potrero Grande y con ayuda de dinamita una hermosa casa de piedra.
Jürgen y yo comenzamos a estar muy activos en el DAV. Cada jueves íbamos a la sede, donde siempre en un círculo de alegres camaradas, discutíamos, reíamos y cantábamos y donde se hablaba acerca de la excursión del siguiente fin de semana. Íbamos con otros socios a excursiones, ascensiones, salidas de ski y partíamos a la montaña para construir nuestros refugios. El refugio de Los Azules siempre fue un lugar especial para nosotros. Pronto fuimos escogidos para colaborar con el trabajo del directorio y no pasó mucho tiempo en que la dirección del club quedó en manos de los antiguos caminantes solitarios: Jürgen Lüders fue elegido presidente y yo vicepresidente. Bajo la dirección de Jürgen Lüders el DAV vivió uno de sus mayores tiempos de apogeo. Principalmente se preocupó por los jóvenes y sus intereses; el club nunca tuvo tantos socios jóvenes como en su periodo.
Jürgen fue un buen y tenaz montañista. Ascendió la mayoría de los gigantes conocidos en la provincia de Santiago: el Plomo, el Altar y como se llamen todos ellos. También por el ski se entusiasmó, aunque nunca logró tener gran destreza en él. Como antiguo “porteño” siempre se sintió inclinado a volver al mar.
Ambos habíamos encontrado muy buenos amigos en el club. Ahí se consolidó un círculo que siempre unido partía a excursiones, ascensiones, salidas de ski y expediciones en las vacaciones y que, de vez en cuando, se juntaba en las diferentes casas para una agradable cena y conversar sobre los logros conseguidos. Además de nosotros dos estaban: Sebastian Krückel, Otto Pfenniger, Willi Renz, Karl Walz y Hans Conrads. ¡Esas fueron unas excursiones y salidas inolvidables! Qué memorables expediciones las que realizamos, en su mayoría hacia Argentina para ascender algún cinco o seismil.
En el círculo de camaradas con frecuencia cantábamos junto al fuego o en casa junto a la chimenea la hermosa canción:
“No puede permanecer siempre así
acá bajo la luna cambiante…”
La que también dice:
“Y como no siempre permanece así,
por eso la amistad se mantiene,
quién sabe qué tan pronto nos separará
el destino hacia el Este y hacia el Oeste.”
No siguió siendo como era, el destino nos separó. Unos se casaron, otros se fueron de Santiago y llegó la guerra con sus diferencias de opinión. Pero a la amistad entre Jürgen y yo todo esto no le hizo daño.
¡Y llegó la guerra! Jürgen, que se había independizado y con gran esfuerzo había armado su propio negocio, cayó en la “lista negra” y debió cerrar su oficina. Como presidente del DAV era sospechoso de espionaje y -al igual que yo y otros más del club- cayó en prisión preventiva; más tarde fue relegado por medio año a San Bernardo. Tras la guerra fundó con tenaz fuerza de voluntad un nuevo negocio. La “Casa Lüders” en Providencia 2033 en la capital es su trabajo. En el club, debido a presiones de más arriba, debió renunciar a su cargo.
Jürgen Lüders era, tanto en el círculo de amigos así como en la comunidad, un camarada alegre dispuesto para cualquier broma y podía mantener entretenido a todo un grupo. Como persona y hombre de negocios era enérgico, concienzudo y responsable y se tomaba todo con gran seriedad. ¡Demasiada seriedad! Las preocupaciones durante la guerra por su familia, por la subsistencia de su negocio no quedaron sin consecuencias y un día un ataque al corazón lo envió al hospital. Se recuperó, incluso podía de vez en cuando viajar a su querida casita en el Ingenio, que se había construido en medio del verde de un incomparable mundo de montaña. Pero su enfermedad colgaba como una espada de Damocles sobre su vida. Permanentemente debía cuidarse. Aunque se había retirado de la vida activa del DAV, se mantenía muy cercano al club y colaboraba con sus consejos.
Con gran energía, Jürgen Lüders resistió a su enfermedad todavía por varios años, pero un día el destino golpeó. El 18 de noviembre de 1960, una hora después de que lo hubiera dejado en su cama de enfermo, se detuvo su corazón para siempre. El DAV había perdido a uno de sus miembros honorarios, uno de sus promotores más activos, su familia un esposo y padre ejemplar, yo, mi mejor amigo.
Gerd von Plate
Traducción: Álvaro Vivanco
Artículo publicado originalmente en la Revista Andina 1962-1964.