Esquiando en las vegas del San Lorenzo – 16 a 19 de Septiembre de 1928 – Por Albrecht Maass

Esquiando en las vegas del San Lorenzo

16 a 19 de Septiembre de 1928

Albrecht Maass – Santiago

Éramos 8 los que el domingo en la mañana nos juntamos en la estación de Pirque bajo un sol radiante para aprovechar el 18 para una excursión en esquíes. Cada uno muy cargado con su mochila, frazadas, esquíes, crampones y piolet para satisfacer todas las exigencias del terreno. Qué maravilla que con un tiempo tan espléndido y anticipando los cuatro días libres, reine el mejor de los ánimos, el mismo que no pudo ser empañado por los temores de algunos participantes que pensaron que las mulas reservadas no estarían ahí puesto que el guía no había respondido ni a la última carta ni al último telegrama y hacía un tiempo atrás habíamos recibido una respuesta lacónica: “Estoy listo para salir con Uds. para el 18.” Finalmente confiamos en Don José que, hasta ahora, nunca nos ha abandonado y vimos, por suerte, que esta vez tampoco nos equivocamos.

Rápidamente cargamos en la estación de San Gabriel, punto de partida de nuestra excursión, el equipo y los esquíes sobre las mulas y partimos a pie algunos kilómetros bajando hacia San Eugenio y luego por una huella de mulas hacia arriba, que en un zigzag nos llevó a una de las vegas del San Lorenzo. El sol estaba fuerte así que pronto comenzamos a transpirar a pesar de que íbamos sin carga. La primera nieve la alcanzamos pronto, puesto que subíamos por una cara Sur, mientras que el guía con las mulas tomó la cara Norte, libre de nieve.

En la loma soplaba un viento fresco que nos aligeró el resto de la empinada subida. A las 5:00 encontramos un lugar adecuado para acampar en el cual finalmente quisimos quedarnos para pasar la noche, ya que no era posible durante ese mismo día continuar con las mulas sin ponerlas en el peligro de que se hundieran en la nieve blanda o de que se resbalaran.

Rápidamente armamos las carpas, hicimos fuego y comenzó el idilio de la vida de campamento. La vista desde el campamento a unos 2200m era fascinante. Hacia el Oeste la vista se iba hacia el fondo del valle siguiendo al Maipo que de inmediato destellaba con una franja plateada por acá y por allá; hacia el Este, que sólo estaba separada por una profunda quebrada del Morro de la Cabras a cuyos pies se encuentra la conocida avalancha de nieve, San Gabriel, que sirve de lugar de deportes de invierno para los santiaguinos. Hacia el Sureste se encuentra la nueva central hidroeléctrica Queltehues, al igual que la entrada a la parte superior del valle del Maipo.

Campamento a 2200m de altitud

En el lado sur de nuestra loma, donde se acumulaba mucha nieve, realizamos los primeros intentos con los esquíes con mayor o menor éxito de los participantes y los correspondientes comentarios del malvado público, así como del guía.

Rápido llega la noche con un cielo estrellado y un viento suave y refrescante que hace que el frío del aire se sienta con insistencia. Como es usual nadie duerme muy bien en la noche, en parte debido a la altura y mayormente debido a lo desacostumbrados que estamos a la situación. Además, el viento no para de soplar y viene con tales ráfagas que nos asustamos y pensamos que puede dar vuelta la carpa.

La mañana nos encuentra de pie desde muy temprano, ocupados en la preparación de sopa y bebidas calientes. Los primeros rayos de sol nos avisan con su calor de un nuevo día ideal.

Esperamos ahora poder subir con los animales por un terreno más firme y encontrar un mejor lugar de campamento. La tropa se pone en movimiento y, como lamentablemente es habitual entre las mulas, no todas siguen a la madrina, sino que algunas piensan que han encontrado un mejor camino. En suma, una mula se golpea con su carga contra una roca, pierde el equilibrio, comienza a resbalar y, como el terreno ahí estaba duro, el desastre ocurrió justo arriba de una empinada ladera, cayó por la ladera unos cientos de metros para golpearse en su final y quedar ahí tirada con el cuello quebrado. La carga obviamente había quedado desparramada por todas partes y en parte más abajo que la mula misma. Afortunadamente el animal tenía poca carga y fuera del equipo del guía sólo llevaba un saco con una mochila y diferentes frazadas que, por suerte, no se perdieron. El contenido de la mochila, huevos, cecinas, frutas, etc., naturalmente había sufrido y se había transformado en un poco apetitoso puré.

Luego de que juntamos los restos utilizables de la carga, decidimos no seguir, sino que quedarnos en el mismo campamento y si era necesario, nosotros mismos llevar los esquíes cerro arriba.

Vista al San Lorenzo y al Peladeros

Tras alrededor de 1 a 1½ hora daban vueltas los primeros cóndores sobre nosotros, con su majestuosa tranquilidad, sin aletear, dando grandes círculos y, aparentemente, sin percatarse de nuestra presencia ya que volaban hasta unos 20m sobre nosotros. A pesar de tener pocas esperanzas, no pudimos resistir a la tentación de dispararles con la pistola y le dimos a dos, pero debido a la tenacidad de las aves y al poco poder de penetración de nuestras armas, poco les hicieron, puesto que tras un rato estaban volando tranquilamente lejos de nuestra vista. En todo caso, es increíble la rapidez y la distancia a las que estas aves huelen su presa.

Con rapidez se armó nuevamente el campamento, se preparó el almuerzo y té y café al por mayor para tener algo contra la gran sed que provocan excursiones como ésta.

Partimos con mochila liviana, que además de la cámara fotográfica solo contenía algunos refrescos, y con los esquíes al hombro. Tras un cuarto de hora hemos alcanzado una hondonada de nieve ideal que parece hecha para practicar. La vista desde la orilla de la hondonada es sobrecogedora: tan lejos como podemos ver hay un terreno ondulado cubierto por una gruesa capa de nieve, sólo de vez en cuando se divisan algunas lomas libres de nieve o algunos bloques de roca. Hacia la izquierda sube la loma sobre la que nos encontramos abruptamente por aproximadamente 500m hasta una maravillosa cúpula de nieve que por su lado izquierdo cae bruscamente al valle del Maipo, mientras que hacia su derecha se extiende hasta el horizonte en suaves lomajes teniendo a un lado como límite al Morro de las Cabras y al otro al San Lorenzo y al Peladeros.

La nieve está ideal: dura con nieve polvo fresca sobre ella, de forma que no nos hundimos mucho. Tras unas bajadas viene a continuación lo difícil, como el Telemark, que para nosotros, en su mayoría novatos, nos cuesta muchas caídas; así es el ski y no es tomado de forma trágica, incluso cuando hay moretones o la piel sufre rasmilladuras. La nieve calma rápidamente la sangre y el contacto de la parte superior del cuerpo desnuda y bañada por el sol con la nieve hace bien.

No duro mucho rato en esta ladera de práctica; subo detrás de unos 3 de los nuestros que ya han empezado a ascender la cúpula a nuestra izquierda haciendo largas serpentinas. Regularmente muevo las tablas por la nieve; con pocas pausas, que son realizadas más por costumbre que por cansancio, para asimilar en mí el cambiante paisaje y observar a los otros. La fascinación por toda esta belleza que la naturaleza nos ofrece en su traje de invierno intacto no permite que nos cansemos. Finalmente llegamos a la cúpula por una cornisa de nieve donde los otros 3 se han recostado cómodamente para disfrutar del sol. La vista va al San Lorenzo y al Peladero, ambos en el esplendor del invierno profundo, luego cerrando el horizonte, el enorme macizo del Mesón Alto con su característico glaciar, junto a él finalmente el interesante macizo del Morado, el Cortaderas, una parte del volcán San José y más al Sur, cumbre tras cumbre, una cordillera casi desconocida. Arriba nuestro un cielo azul profundo sin nubes. El sol casi brilla demasiado; la piel comienza a quemarse, los hombros se ponen rojos, es decir, es el momento preciso de volver a ponerse algo de ropa para no tener unas desagradables quemaduras de sol.

En el San Lorenzo

Tras un buen refrigerio seguimos practicando, para lo cual la ladera relativamente plana bajo la cúpula es perfecta. En bajadas que no son tan fuertes, el Telemark sale bien, se prueba el Stemmbogenschlange, incluso Cristiania que lamentablemente falla. Como sea, estoy muy satisfecho con lo conseguido. Poco a poco hay que pensar en el descenso antes de que la nieva se ponga demasiado dura, lo que ocurre en seguida tras la puesta de sol. En el lado de la sombra del descenso la nieve ya está dura, por lo tanto, con rapidez hay que bajar; una caída es inevitable cuando la pista toca el lado soleado de la ladera, donde la nieve todavía está blanda.

Abajo, en la hondonada de nieve, todavía se practica con entusiasmo; cada uno intenta igualar a nuestro campeón de Sajonia, quien con su “cuerpo deportivamente entrenado” esquía con incomparable facilidad, realiza pequeños brincos y nos inicia en la belleza de conseguir un buen salto.

Lentamente nos acercamos al campamento luego de haber decidido dejar nuestros esquíes arriba, en la orilla de la hondonada. La decisión resultó ser correcta puesto que, en un par de ellos, al día subsiguiente, las correas estaban roídas, no por zorros como temíamos, sino que por hambrientas ovejas que, por las huellas en la nieve, bailaron en círculos alrededor del par de esquíes; usando la cara sur de la loma habíamos descendido a la tarde siguiente hasta el campamento, mientras arriba quedó un par de esquíes de nuestro primer insolado.

En el campamento, nuestro precavido Don José había preparado una sopa fabulosa en cantidad suficiente, de forma que, a pesar de nuestra hambre de leones, sobró para la mañana siguiente. Temprano nos metimos en los sacos de dormir, pero a pesar del cansancio no pudimos dormir bien debido a las quemaduras del sol. Sea como sea, a la mañana siguiente nos levantamos temprano, listos para seguir esquiando; de nuevo comenzaba otro día ideal, lo sentíamos en el viento decreciente, hoy será un día más caluroso, por lo tanto, hay que preocuparse. El pantalón corto debía dar paso al pantalón largo (Wanderbux) con refuerzos de cuero, del día anterior me ardían los muslos. También la parte superior del cuerpo fue cuidadosamente cubierta y con un pañuelo se hizo un gorro de sol. Frutas, galletas, frutos secos, etc. se pusieron en la mochila, sin olvidar la cocinilla, y así partimos.

Por la hondonada de nieve se avanza lento para no perder mucha altura. En la ladera del lado opuesto debemos ascender unos 600m para llegar a la cumbre elegida ayer. Avanzamos lentamente en grupos por el terreno; una cómoda roca invita a hacer una pausa para alivianarnos de la pesada mochila. Un acogedor cansancio me invade, sumado el calor que envían los rayos de sol reflejados en la nieve y a la conciencia de tener 2 días más como éste por delante; ya casi son las 12:00 cuando alcanzo como último la cumbre en la cual mis camaradas me reciben con un fuerte saludo. Uno se siente bien recostado en los cálidos farellones, sin necesitar nada miro en el aire. ¿Qué me importa la pregunta de nuestro campeón de ski? ¿Qué tan importante es tener un “cuerpo deportivamente entrenado” para el montañismo? Subo a los cerros sin tener un cuerpo atlético y sin intenciones adecuadas de entrenar mi cuerpo para conseguir grandes rendimientos. A mí me impulsa la alegría de la belleza, de la naturaleza intacta con todos sus atractivos, subir hacia la soledad del mundo de las montañas. Acá viene el descubridor de la felicidad con anhelos insatisfechos por lo desconocido, por la pregunta qué se esconde detrás de cada montaña, hacia donde lleva este valle. Todo lo demás se debe subordinar a este objetivo. Cuando ya hace un buen rato que los otros han descendido, me despierto de mis ensoñaciones para subir detrás de algunos a la siguiente cumbre y así obtener una nueva vista a las vegas que continúan con sus cúpulas planas hacia el Peladero y San Lorenzo que lamentablemente se encuentran muy alejados como para alcanzarlos ese mismo día.

Algunas enormes cornisas de nieve seducen para tomar fotografías de ski “a lo Montaña Sagrada”, la más hermosa película sobre la nieve. Juntos bajamos ahora a reunirnos con el resto, quienes realizan sus prácticas con gran entusiasmo en la primera cúpula de nieve. Con rapidez hay que regresar a casa, todas las fuerzas son reunidas para el descenso, que a mí me resulta mucho mejor que en el día anterior; en efecto, el recién aprendido Telemark sólo es utilizado en pequeños descensos, el cansancio se deja sentir, las piernas no responden siempre.

Con envidia escucha nuestro insolado nuestros entusiastas reportes, él se ha quedado todo el día en la carpa. La noche es nuevamente por completo clara y tranquila; sólo se siente una pequeña brisa. Todos dormimos más o menos como muertos, lo que no es una sorpresa después de un día físicamente tan exigente.

El cielo parece que tiene miedo de que recibamos otro día ideal y permite que cambie el tiempo, tal como lo demuestra la neblina de la mañana, que es seguida por gruesas nubes que suben hacia el valle y lo cubren como si fueran un abrigo. Lentamente también nos cubren a nosotros; un desagradable viento frío comienza a sentirse y el sol se oculta detrás de la neblina. Debido a esto el desayuno se toma en la carpa, donde es más incómodo. Finalmente, el nuevo brillo del sol nos tienta a salir y a esquiar por la ya blanda nieve.

Don José ya se fue antes del amanecer a buscar las mulas que se han perdido hasta la línea del tren. Algunos quieren quedarse un día más y bajar el 20, tan fascinados están con el ski, pero finalmente se dejan convencer de bajar junto con el resto ya que el tiempo otra vez se pone poco amigable y sopla viento norte. Al armar el equipo se constata lamentablemente que los zorros nos han hecho una visita y que especialmente a nuestro campeón de ski le han robado la última cecina escondida en un hoyo en la nieve de marca Eiskellerersatz.

Tras unas 2 horas de descenso llegamos en la estación de San Eugenio, donde nos separamos de nuestro Don José después de una calurosa despedida, mientras tanto le decimos adiós al deporte invernal y regresamos a la vida diaria de Santiago, aunque no sin antes forjar nuevos planes para volver a esquiar en las montañas.

 

Traducción: Álvaro Vivanco

Artículo publicado originalmente en la Revista Andina 1928 Heft 6