El Primer Ascenso del Lanín (3740 m)
Como anexo a la presente edición incluimos acá el reporte sobre el primer ascenso del Lanín por los señores E. Kremer y F. Fonck de Valparaíso de hace más de 10 años, el 12 de febrero de 1921.
El reporte sobre el primer ascenso fue publicado en el Heft 6 del 2° año de las DAV Mitteilungen (de las cuales se originó más tarde la revista Andina). Debido a que la pequeña edición de las Mitteilungen está completamente agotada, incluimos otra vez el artículo sobre el Lanín para hacerlo accesible a un círculo de lectores más amplio.
El artículo fue escrito por el señor E. Kremer
Desde el lago Villarrica, exactamente desde la localidad de Pucón sale un camino hacia Argentina que pasa por Quilaco, Trancura, Puesco Bajo y Puesco Alto. A través de bosques primigenios habitados casi solamente por araucanos, debido a la cantidad de arroyos de montaña y pantanos que posee sólo se lo puede recorrer a caballo.
Si se utiliza el camino de carretas desde Puesco Alto uno atraviesa el quizás más hermoso bosque de araucarias del que sólo Chile se puede vanagloriar.
El 10/11 de febrero nos llevó a esta zona. Lentamente serpenteamos hacia el paso (Paso Paimún 1450 m) y luego hacia la salida del bosque. Disfrutamos al máximo el aire fresco de altura condimentado con el aroma de un verde exuberante de los árboles y plantas.
De pronto debemos detenernos de forma sorpresiva. A través de un claro, sobrepasando las puntas de las araucarias, se eleva en toda su majestuosidad el volcán Lanín.
Cubierto por su abrigo de hielo y nieve nos observa soberbio. Involuntariamente nos apeamos de los caballos para disfrutar por un rato más largo la magnífica vista. El Lanín, con sus 3740 metros, es la montaña más alta de toda la zona y las araucarias a su alrededor evocan un mundo muy peculiar.
Dejamos el magnífico lugar tras un cuarto de hora. Nuestro objetivo era la misma montaña. Estábamos tras él y utilizamos el largo camino de carretas para buscar un lugar de campamento propicio en su cara Sur. Desde ahí queríamos intentar el ascenso. Todos los intentos realizados hasta ahora (la mayoría por la cara Norte), de acuerdo a las declaraciones de los habitantes de la zona, habían fracasado. Lo mismo vale para un reporte del señor Dr. Kühn de Buenos Aires quien realizó un intento en 1918, pero que debido a la falta de tiempo sólo alcanzó el límite del hielo (300 m bajo la cumbre).
Sin embargo, alguna vez tiene que ser vencido el cerro y Pancho y yo nos habíamos hecho la idea de romper con la magia diabólica que había adquirido el cerro y alcanzar la punta más extrema del gigante al que los indios le temen.
En la base sur, aproximadamente a unos 1600 metros de altitud armamos nuestro campamento. A nuestros dos guías los dejamos con los caballos 200 metros más abajo donde había buena agua y suficiente alimento para los animales. Nosotros pasamos la noche en una ladera de lava en la cercanía de un riachuelo que llevaba agua blanco rojiza y sucia hacia el valle. Desde acá realizamos un detallado estudio de la formación del cerro y fijamos el ascenso para el día siguiente. Para esa ocasión escuchamos un rugido el cual fue seguido por una avalancha, también descubrimos bien arriba una gran nube de polvo y dedujimos que se trataba de grandes masas de hielo que caían.
El ascenso. En la mañana del 12 de febrero, a las 5:00, tras pasar una buena noche, comenzamos el ascenso. Mochila, piolet, crampones, lentes para el sol, cámara fotográfica, altímetro, botella para el agua y pan con mantequilla era todo el equipo que llevábamos.
Tras ascender por un cuarto de hora por campos de lava nos acercamos a los primeros neveros y campos de hielo; éste se extendía de izquierda a derecha formando un semi círculo, paulatinamente más empinado a medida que subía. Tras ½ hora de marcha debimos ponernos los crampones porque ya no podíamos afirmarnos sobre el hielo. Con crampones podíamos avanzar bien. Tras 1½ hora debimos dejar los campos de hielo debido a que eran demasiado empinados y no queríamos arriesgar a resbalar por ellos. Para seguir ascendiendo ocupamos los campos de lava que en parte se encontraban sueltos y en parte estaban firmes. De esta forma ascendimos aproximadamente 2 horas, cruzando por acá y por allá pequeños campos hielo. Tras unas 4 horas un abrupto grupo de rocas con carámbanos nos hizo detenernos. Pancho intentó cruzar desde el grupo de rocas hacia la derecha por un empinado helero para llegar a un grupo de bloques de hielo, pero el riesgo de una caída era demasiado grande. De mala gana nos decidimos a hacer un rodeo, pero no nos quedó otra más que descender un tramo y así rodear la pared de roca por otro lado. Afortunadamente alcanzamos el otro lado sin mayores dificultades y tras 4 ¾ horas de ascenso llegamos a unos 3000 metros de altitud.
Delante nuestro se levantaban enormes masas de hielo que no se veían como que se pudieran cruzar así no más; además nos recibió un fuerte viento que nos hizo perder el equilibrio y nos obligó a sentarnos. Especialmente nos molestaban las mochilas puesto que el viento las movía para acá y para allá. Habíamos alcanzado una arista que nos llevaba hacia un gran grupo de bloques de hielo, el cual al parecer provenía de la caída de comienzos de marzo de 1918. Debido al fuerte viento la travesía por la arista fue algo arriesgada, pero no había otro camino. Descansamos unos 10 minutos en un lugar protegido de viento y sostuvimos un consejo de guerra. Nuestro ánimo estaba algo deprimido porque no creíamos en la posibilidad de pasar por la pared de hielo. Pancho propuso realizar un intento sin mochilas a lo cual nos pusimos de acuerdo. Sólo con crampones y piolet nos pusimos de pie. Para mi pesar tuve que dejar mi cámara Ernemann; tomé una última foto bajo un fuerte viento acostándome en el suelo y sosteniendo la cámara con fuerza.
Arrastrándonos con pies y manos con el piolet por delante recorrimos la arista. El viento nos asediaba con fuerza, pero nosotros no nos dimos por vencidos. Afortunadamente la arista era bastante ancha y al llegar a los bloques de hielo estábamos algo protegidos. Delante nuestro se encontraba una empinada superficie de hielo que debíamos superar. Por primera vez debimos empelar el piolet. El hielo estaba durísimo, lo que significaba usar fuerza y a 3000 metros de altitud uno no lo hace con gusto. Con los crampones izquierdos y derechos firmemente incrustados en el hielo cortamos los primeros escalones; primero con la punta, luego con la hoja. Escalón tras escalón vamos asegurando la ruta y tras ½ hora ya hemos dejado atrás la pasada peligrosa. Nos encontramos en un laberinto de hielo; hacia donde vaya nuestra vista sólo se ve hielo o nieve congelada. Tras un ¾ de hora alcanzamos una elevación desde la cual por primera vez vemos la cumbre del Lanín. Un enorme campo de hielo nos separaba de ella. No veíamos ni grietas en el hielo ni otro tipo de obstáculos así que teníamos la seguridad de poder alcanzar la cumbre. Con redoblada alegría seguimos el ascenso. La superficie de hielo era en un comienzo bastante pareja, sin embargo, más tarde el hielo había formado escalones de forma que el avance se hizo difícil. Además había que tener cuidado con agujeros que apenas tenían un metro de diámetro, pero que eran de una profundidad infinita. Dimos grandes rodeos alrededor de ellos. Gracias a Dios el hielo estaba duro de forma que había poco peligro de pasar hacia abajo. Lo más desagradable nos pareció el viento gélido el cual nos tiraba pedazos de hielo a la cara. Poco antes de la cumbre el lado sur se puso más empinado. Pancho, que avanzó directo a la cumbre, debió correr en el último para no resbalar. Yo lo hice con más comodidad y rodeé la cumbre y ascendí por la cara Norte donde Pancho me esperaba congelándose. Su abrigo no estaba hecho para un clima de Groenlandia.
Era la l:30 cuando nos dimos las manos. Mi altímetro mostraba 4500 metros, es decir, que le había bajado la locura puesto que el Lanín sólo 3740 metros de altitud.
Debido a que el tiempo estaba claro y despejado disfrutamos de una magnífica vista. Hacia el Sur se dirigió nuestra al Osorno, al Tronador y al Puntiagudo; hacia el Norte distinguimos el Llaima, hacia el Noroeste el Quetrupillán (popularmente conocido como Mocho) y el Villarrica en cuyo cráter activo se podía ver el interior. Hacia el Este se extendía la pampa argentina delante nuestro. El Oeste estaba nublado y anunciaba lluvia. Unos 20 lagos se desplegaban delante nuestro, sin embargo, sólo reconocimos el Huechulafquen al que le fijamos nuestra vista para no perder la ruta del descenso. Una pequeña exploración de la cumbre nos convenció de que habíamos elegido el mejor lado para el ascenso; los otros lados se veían mucho más empinados. La cumbre misma es plana, como si hubiese sido cepillada y luego pulida por el viento. Tiene la forma de un pedazo de hielo cortado con el final apuntando hacia el Norte.
Lamentablemente, debido al frío, no pudimos quedarnos un largo rato arriba y como no sabíamos cuanto tiempo era necesario para el descenso partimos después de unos 10 minutos, lamentando no haber podido dedicar más tiempo al estudio de los alrededores y de los eventuales glaciares existentes. Creímos haber descubierto un glaciar en el lado Norte, en todo caso, el color del hielo hace suponer que se trata de uno.
De un cráter no vimos nada; en caso de que haya uno, está apagado y cubierto por el manto de hielo.
Con pasos de gigante comenzamos a descender, los crampones nos ofrecían más estabilidad que durante el ascenso. Con firmeza perforaban el hielo y así alcanzamos en una hora y media el lugar donde dejamos las mochilas, el cual habíamos abandonado 4 horas antes. También cruzamos rápido la pasada difícil porque los escalones ya estaban tallados y el hielo ya no estaba tan duro. Al llegar a nuestras mochilas, las alivianamos de los panes con mantequilla y tomamos un gran trago de la botella. Un buen cognac no habría hecho daño, pero como somos razonables en nuestras excursiones no teníamos. Sin embargo, cuando hace frío uno debiera corregir sus resoluciones.
Tras una pausa de ¼ de hora continuamos nuestro descenso. Hasta acá todo iba bien. Entonces me di cuenta de que mis ojos, en los que antes había sentido un poco de dolor, comenzaron a fallar y no podía reconocer las rugosidades de la ruta. Para mí todo era terreno liso. Mis lentes de sol no tenían protector lateral y debido a eso la nieve me estaba cegando. En diferentes ocasiones me tropecé y luego de caer le pedí a Pancho ir delante mío y buscar en lo posible terreno liso. Desde acá utilizamos principalmente los acarreos. Casi como un ciego me movía detrás de él. Desafortunadamente se acercaban nubes con gran velocidad por lo que era recomendable apurarse un poco para no perder la dirección de nuestro campamento. Tras dos horas de sufrimiento para mí alcanzamos el nevero, luego seguimos rápidamente hacia abajo y a eso de las 6:00 habíamos alcanzado nuestro campamento.
Los dos guías nos esperaban ahí y llevaron nuestro equipo 200 metros hacia abajo donde pasamos la noche en una quebrada protegida.
El cielo se nubló más y más, sin embargo, comenzó a llover recién a la otra mañana a las 8:00 cuando ya estábamos montados en nuestros jamelgos. Mis ojos estaban de nuevo normales; una ½ hora después de levantarme de pronto se corrió el velo.
Lamentablemente tuvimos que desechar nuestra idea de pasar uno a dos días en el lago Sprönli, pero teníamos 5 días tras nosotros y nos alegrábamos por haberlos aprovechado tan bien.
En lo que respecta al ascenso del Lanín, la cumbre se puede alcanzar por montañistas entrenados en 8 a 9 horas. Calma, energía y presencia de ánimo ayudan a superar los pasos difíciles. Sin crampones y piolet no debiera intentarse el ascenso.
Antes de nuestro ascenso fuimos advertidos acerca del peligro de caída de piedras, sin embargo, sólo noté una vez durante el descenso que una piedra, una grande, pasó por sobre mi cabeza. Cuando alguien sienta ganas de hacerle una visita al Lanín, sólo podemos recomendar hacerlo, es una de las excursiones más hermosas que se pueden realizar en Chile.
Traducción: Álvaro Vivanco
Artículo publicado originalmente en la Revista Andina 1931 (Heft 2):