Retumbadero 1943
¡Con qué anhelo habíamos esperado esos días feriados del Dieciocho! El invierno había traído tan poca nieve que los esquiadores no habían podido ponerse en su camino por lo que había mayor razón para pensar que las perspectivas de los montañistas podían estar buenas. Se realizaron planes que fueron desechados porque al final lo crucial es contar con el medio transporte y de esa forma nos decidimos por partir juntos hacia Lo Valdés para realizar una excursión más grande en sus alrededores.
Finalmente estamos sentados aquel viernes en la tarde en el camión. Las mochilas están todas arrumadas, en un rápido viaje nos adentramos en la noche. Todo está en un estado de ánimo expectante, se escuchan alegres canciones. El cielo está más bien cubierto por gruesas nubes hasta que más tarde se atreven a aparecer algunas estrellas que son saludadas con gran alegría. Así pasa rápidamente el tiempo durante el viaje por el valle del Maipo hacia arriba, apenas hemos notado que falta una hora para la medianoche cuando llegamos al refugio, donde nos espera una comida caliente. Lentamente vuelve la tranquilidad en el gran refugio puesto que nosotros ya soñamos con la mañana que nos espera. Antes del amanecer nos levantamos tras un reponedor sueño. La primera mirada es hacia el cielo, el que felizmente se ha aclarado y promete un hermoso día. Tras un corto refrigerio nos ponemos las mochilas y podemos partir. Nuestro primer objetivo es el cerro Retumbadero para luego explorar el desconocido cordón montañoso que se extiende hacia atrás. Tenemos tres días completos y, por lo tanto, tiempo suficiente para intentarlo.
Nuestra ruta parte justo atrás del refugio subiendo abruptamente hacia el cerro, pero nos alegra poder ganar altura rápidamente. Con los primeros rayos de sol hacemos una pausa para sacarnos las chaquetas de lana y así seguir con más facilidad, aunque las mochilas se pongan más pesadas. Mientras tanto el día se volvió hermoso y radiante sin nubes en el cielo. Mientras más arriba llegábamos, más lejos se extendía el horizonte. Desde los alrededores nos saludaban antiguos conocidos, los nombres de los cerros desconocidos son encontrados a través de comparaciones y ponderaciones. Ahora nos sentimos completamente en nuestro elemento, las pequeñas preocupaciones diarias han quedado abajo en el valle, acá arriba se ensanchan el corazón y los pulmones para sacar nuevas fuerzas.
Lento, pero seguro avanzamos en las alturas. Hace rato que hemos alcanzado la nieve que, al principio, queríamos evitar, pero que no se deja rodear con facilidad. Cruzamos el espinazo amarillo por cuyas laderas se dejan caer cada año las conocidas avalanchas de barro. Desde acá divisamos, por primera vez, a la distancia al final del valle Valdés el cerro del Diablo que, sin embargo, muestra por esta cara unas poco atractivas placas que harían difícil la tarea de ascender por ahí. Ahora comienza el verdadero ascenso al Retumbadero por una arista bastante empinada en la que hay que superar varias pasadas de roca. La nieve impide un avance rápido, pero hace el ascenso más interesante. El día se nos pasó volando, lo avanzado de la hora nos obligó a buscar, con la última luz del día, un lugar de campamento adecuado, el que encontramos en el portezuelo entre el Retumbadero pequeño y el grande. Pocos metros bajo la arista aplanamos un lugar en la nieve que hacia uno de los lados estaba protegido por grandes rocas. La altura del campamento era de aproximadamente 3800 metros.
A las 6:00 de la tarde nos metimos en los sacos de dormir, una última mirada desde la carpa nos mostró un cielo cubierto, pero ningún motivo para preocuparnos. Tras una cena contundente, estiramos nuestras cansadas extremidades y el sueño no se dejó esperar. Hacia la medianoche nos despertamos, violentas ráfagas de viento sacudían la carpa. Nos aseguramos de que las estacas y vientos de la carpa estuvieran en su lugar, pero a pesar de eso no pudimos volver a conciliar el sueño. La tormenta creció y en unas pocas horas comenzó a traer nieve. Lentamente comenzó a amanecer mientras que afuera la tormenta se encontraba desenfrenada, la vista alcanzaba apenas a unos 10 metros de distancia por lo que no se podía pensar en una salida a la cumbre. Estábamos contentos porque todavía teníamos dos días más y aun cuando nuestros planes se habían restringido, no queríamos pensar en lo peor. La tormenta se mantuvo todo el día sin disminuir su fuerza, la nieve se comenzó a acumular sobre la carpa y a hacer presión sobre un lado de ella. Hacia el mediodía sostuvimos nuestro primer consejo de guerra. Una continuación de la excursión estaba fuera de cuestionamientos, estábamos conscientes de lo crítico de nuestra situación. ¿Cómo salir de ella? Tras sesudas consideraciones de todas las posibilidades concluimos que aguantar era lo único conveniente. Comida no nos faltaba y no teníamos mucha hambre, lo único que lamentábamos era no tener la posibilidad de calentar alguna bebida.
Se acercaba la segunda noche en ese estrecho lugar que nos pondría una dura prueba. El haber pensado que no se podía empeorar fue un gran engaño. Siempre volvíamos a mirar el tiempo cuando había algo de tranquilidad, pero de inmediato retomaba la tormenta con fuerzas renovadas. Haciendo fuerza todos juntos debíamos sostener las varas de la carpa, los vientos afuera estaban desde hace rato congelados, ¿podrían resistir? El huracán aullaba con un ruido ensordecedor, nos encontrábamos en un infierno y a veces pensábamos que seríamos arrastrados con carpa y todo. Pesadamente avanzaron las horas, el puntero del reloj apenas se quería mover. Y mientras teníamos esperanzas de un nuevo día, éste se dejó esperar largamente, casi se mantuvo a oscuras afuera, apenas pudimos observar un pequeño brillo del crepúsculo. Aclaró tarde y vimos nuestro campamento. La carpa parece una cueva de estalactitas, la respiración se transforma en finos cristales de hielo que me golpean al caer. Nuestra ropa y sacos de dormir ya no están secos. Incluso el piso impermeable de la carpa es bajo esas circunstancias un asunto imaginario. Además habíamos cavado hoyos en la nieve que lentamente se llenan de agua. En la mañana tenía la necesidad urgente de salir de la carpa. Tras unos instantes mis compañeros metieron hacia el interior de la carpa un cuerpo entumecido que recién se recuperó tras ser frotado largamente.
Otra vez discutimos acerca de nuestra situación que ahora se había vuelto desesperada. Se consideraron todas las posibilidades. No podíamos pensar en desarmar la carpa puesto que la tormenta nos la rompería en pocos segundos en las manos. Incluso si hiciéramos la pérdida de la carpa está completamente descartado intentar un descenso por la arista y la nieve honda. Apenas podríamos avanzar unos cien metros y entonces ¿qué? Resistir, resistir, esa es la consigna que nos ofrece la razón. En la tarde queríamos estar de regreso en el refugio, la gente va a estar nerviosa por nosotros, una preocupación más que nos oprime.
Para mí es casi inexplicable cómo pasaron las horas, no dormimos y tampoco nos mantuvimos despiertos. Estuvimos en un estado de somnolencia del cual una y otra vez nos sacudía la violencia de la tormenta. Los pensamientos se alejaban. Imágenes de ensueño se nos presentaban en forma espectral. Sucesos que habían ocurrido hace años pasaban por nuestra memoria como un caleidoscopio. ¿Y el futuro? Hoy sé con seguridad que nosotros tres pensamos en el final, pero ninguno pronunció esas palabras. ¿No sería de humor negro cuando uno de pronto describe con detalle su propio funeral? Luego comienza uno a quejarse de nuevo, el segundo se queja más fuerte y el siguiente eleva aún más el tono hasta que una risa triple cierra la vuelta. Esto se repite varias veces y aun cuando es forzado, esta ayuda psicológica no pierde su efecto.
La tercera noche de tormenta está como un fantasma delante nuestro. ¿Cómo la vamos a soportar? La situación se ha vuelto insostenible, comenzamos a caminar en nuestro propio espacio, aunque suene extraño. Ninguno puede seguir acostado, intentamos arrodillarnos, agacharnos, se intentan las posiciones más imposibles y no conseguimos ninguna mejoría. En este quedarse dormidos casi se nos pasa el que ya no estaba nevando y el viento había cesado. Entonces uno vio una estrella, el cielo estaba salpicado de ellas. ¡La salvación! Todavía tenemos horas duras por delante, pero sabemos que vamos a ver brillar al sol.
Recién cuando recibimos sus cálidos rayos a la mañana siguiente, salen tres figuras de su cueva de hielo tras 62 horas de prisión involuntaria. Debe haberse visto muy tonto como comenzamos un baile de alegría para recuperar el movimiento de nuestros cuerpos. Luego miramos a nuestro alrededor el paisaje invernal que se veía maravillosamente hermoso, al sol brillaban millones de cristales de nieve, los mismos que hasta hacía poco maldecíamos. Dos mil metros abajo nuestro está el refugio en profunda paz cuando de pronto vemos por los binoculares que por la arista viene subiendo un grupo. Compañeros viene a buscarnos, ¡no nos han olvidado! Los llamamos y gritamos, pero no podemos hacer que nos escuchen. Todavía cuesta un gran esfuerzo empacar nuestras cosas, especialmente la valiente carpa que nos salvó la vida. Pero la suerte nos sonríe otra vez, encontramos una vía de descenso directa y más fácil y de esa forma alcanzamos ilesos por la tarde el refugio.
Eberhard Meier
Traducción: Álvaro Vivanco
Fotos de Eberhard Meier del cerro Retumbadero, correspondientes a excursiones diferentes a la acá relatada, digitalizadas por Eduardo Quezada:
Artículo publicado originalmente en la Revista Andina 1948