La Batalla por la Pirámide de los Andes
Por Karl Walz
No hay que confundirla con la más conocida, pero 5000 metros más baja pirámide de piedra que está en Conchalí detrás del San Cristóbal, que se encuentra en una zona irrigada por los incas y que, por lo tanto, no puede ser considerada como objeto de un primer ascenso. Mucho más que eso es nuestro cerro Pirámide de casi 6000 metros, una hermosa cuña del cordón fronterizo Chile-Argentina al norte del Marmolejo al que le sigue en dirección norte el Nevado de los Piuquenes y a continuación el soberbio cerro Alto, el Tupungatito y finalmente el Tupungato.
Parece poco aconsejable ascender a la pirámide desde el lado argentino, por una fuerte pendiente llena de penitentes. por lo que nos decidimos por ingresar por el valle del Colorado para acceder desde él al todavía desconocido valle del Museo. Nosotros, es decir, Sebastian Krückel, Hermann Gerstenmaier y el autor salimos a caballo temprano el 29 de enero de 1937 desde el Alfalfal acompañados por los hermanos Ortega. Al mediodía nos acogieron las vertientes calientes de los baños Salinillas; tras un corto descanso seguimos ascendiendo por el hermoso valle del Colorado. A veces el valle se angosta de tal forma que nosotros con esfuerzo y agachados junto al rugiente río avanzamos por el camino hecho en las rocas, a veces se avanza por altas rocas y luego de nuevo se abre el valle que le ofrece a los jinetes un camino cómodo por vegas. Nuestros guías debieron desmontar en diferentes pasos para despejar el camino cubierto por avalanchas para que así las mulas con sus cargas no tropezaran.
Por el “Potrero Nuevo” llegamos finalmente al atardecer a la “Caleta de la Vaca” donde descargamos y pasamos la noche. Esta es una bahía ubicada un par de metros por sobre el río constituida por un número de enormes rocas en las cuales hace años una vaca pasó un invierno completo. Esta vaca, como bien podemos decir, con la primera caída de nieve se fue hacia arriba en lugar de ir hacia abajo y luego encontró el camino de regreso cerrado; es un verdadero milagro que se haya podido mantener durante todo el invierno por sobre los 2200 metros de altitud.
A la mañana siguiente continuamos. Pasamos por el estero Rabicano, la cumbre cubierta de nieve del cerro del mismo nombre nos saluda desde la izquierda, luego cabalgamos por las “Aguas Blancas” y llegamos a las 12:00 a los Baños Azules. Estos no son baños calientes sino que muy fríos, pero el maravilloso color azul de las terrazas que se llenan de agua forma un espectáculo esplendido, especialmente desde la otra orilla en la abrupta ladera donde se encuentra entre las rocas la morada de los arrieros que ahora saludamos.
En cuanto dejamos el valle del Colorado giramos en dirección Sureste en el valle del Museo por donde podemos avanzar bien y en la tarde hacemos una pausa en el último rincón verde que le ofrece alimento a nuestros animales. Es la vega del Guanaco, llamada así porque un miembro expulsado de su manada pasó ahí sus últimos días. Nuestro altímetro indica 3500 metros, acá montamos el campamento base, con rapidez puesto que el tiempo no se ve bueno y ya nieva un poco.
Ahora viene un día de descanso. Los Ortega buscan leña con las mulas más abajo; nosotros nos alegramos del buen tiempo, de la magnífica vista que se abre delante de nuestros ojos al Norte con el cordón del Rabicano, el Catedral, el Chimbote con el Polleras más atrás, todos cerros entre 5000 y 6000 con enormes glaciares y abruptos cantos. Jugamos con los confiados “cojones”, grandes pájaros con plumaje como de gallina que no se asustan con nosotros y quieren, con algo de precaución, comerse unos pedazos de nuestras provisiones.
Cuando ya estábamos completamente entre nosotros, constatamos que uno había estado comiendo en exceso. No es del interés el emitir acá expresiones de este tipo, pero el cronista con pesar tuvo que notar que el compañero Gerstenmaier a la mañana siguiente despertó con indisposiciones estomacales que le impidieron participar del reconocimiento que hicimos. Así que partimos solos los dos acompañados por Ezequiel Ortega quien, a pesar de haber crecido en este fundo, nunca había subido tanto en este valle ni tampoco había oído que alguien lo hubiera hecho antes.
Sin los buenos animales de Ortega apenas podríamos haber avanzado puesto que allá todo es acarreo, grandes rocas y empinadas laderas. De esta forma logramos hacer un camino en este valle de altura aun cuando tuvimos que desmontar con frecuencia. Nuestro objetivo era avanzar tanto como fuera posible para que así no tuviéramos que llevar nosotros mismos el equipo al campamento de altura. A las 10:00 nos encontrábamos delante de un gran campo de penitentes que parecía pensado para cerrar el paso. Al mismo tiempo notamos en las agudas fisuras en el suelo que desde hacía un rato nos encontrábamos sobre un glaciar cubierto por acarreo. Tuvimos que desmontar y buscar una pasada que nos dejara rodear los penitentes. Algo no tan inofensivo puesto que los animales se hundían todo el tiempo en el barro negro por lo que estábamos contentos de no estar sobre ellos. Intentamos por acá y por allá pasar por el hielo con nuestros valientes caballos hasta que finalmente tuvimos suerte y vimos el campo de penitentes atrás nuestro. Tras una hora de esforzado ascenso entre una gran cantidad de “mesas” y “mesitas” glaciares, por glaciar y acarreo, por riachuelos que caían desde el glaciar y podemos ver el final del valle delante nuestro: ¡Penitentes y nada más que penitentes! Acá se quiebran los glaciares que caen desde la pirámide, desde el Piuquenes, desde el Trono, como nosotros hemos llamado al arrogante cerro al Oeste del Nevado de los Piuquenes, y finalmente desde los innominados cinco miles que a continuación de la pirámide se extienden hacia Chile. Tanto como los ojos deslumbrados alcanzan a ver, se distinguen las más extrañas formas de penitentes hasta las cumbres de los cerros.
Acá los penitentes se parecen a un grupo de peregrinos piadosos perdidos en una mirada reverente. Allá toman formas del tamaño de una casa, enormes, oscuros, más allá brillan como torres de una iglesia levantadas hacia el cielo, forman sombras de un azul verdoso y dejan caer a la tierra gotas de agua plateada desde cientos de carámbanos de hielo.
Una pequeña hondonada en esta soledad salvaje. Desde arriba corre un riachuelo; alimentado por las muchas gotas de rocío a través de las cuales los cientos de miles de brillantes penitentes rinden su tributo al sol. Una poza clara y fría recibe las aguas, alrededor nuestro no hay más que penitentes que se levantan como terrazas en todas las direcciones para coronar el cielo azul con formaciones de hielo irregulares.
Silencioso es el duro golpear del piolet, silencioso el crujido de las pesadas botas sobre el hielo, contenemos el aliento para aceptar este mundo fabuloso, esperando a cada instante que despertemos de un sueño y se termine la magia de las hadas. Gorgoteando suavemente se abre paso el agua por un túnel horadado en la pared de hielo…
Hemos visto suficiente. Acá debemos armar nuestro campamento alto puesto que la pirámide muestra un largo canto libre de hielo por el cual el ascenso parece posible.
Volvemos al campamento, nos tomamos un día de descanso, sin embargo, al día siguiente “Don Germancito”, como llama Ortega sin equivocarse a nuestro compañero, todavía no se siente bien por lo que a su pesar decid quedarse abajo. Por suerte, al menos, tuvo la satisfacción de ver como nosotros (¡por primera vez en nuestras vidas!) nos adornábamos con la ropa interior de seda natural que él mismo envió a confeccionar. Por lo demás estas prendas se comportaron de forma excepcional con el frío.
Así partimos solos con toda la carga para dos días. Al mediodía estábamos aproximadamente en el mismo lugar hasta donde se habían atrevido las mulas. En las inmediaciones del borde del glaciar levantamos el campamento alto a unos 4.500 metros.
Observamos por un rato los alrededores, tomamos fotos, cocinamos, armamos la carpa y nos acostamos a dormir. Eso quiere decir que nos acostamos porque dormimos muy poco a pesar de las condiciones favorables probablemente debido a la altura. Todo el tiempo volvemos a mirar con espanto hacia los penitentes que están delante del tirante de la carpa. Bueno, llegamos a las 2:00 de la mañana. Calentamos rápidamente un menjunje de hojuelas de avena (“avena de fuerzas de caballo”, era nuestro lema), comimos todo y comenzamos la marcha con linternas a las 3:00.
Lamentablemente la primera parte era muy empinada y sólo había acarreo en el cual era imposible afirmarse. Pronto estamos agotados con los resbalones y buscamos una ruta entre los penitentes hacia arriba. Intentamos responder la pregunta si es que es mejor por cada 3 pasos hacia arriba retroceder otros 2 o avanzar a través de los grandes y duros penitentes, pero sin éxito: ¡siempre nos pareció mejor la otra forma! Después de abrirnos paso por una especie de chimenea de roca, la historia se puso un poco más plana. Nos sentamos para hacer una pequeña pausa, pero nos abrazó un frío que penetraba por guantes y gorros y que nos hizo pensar que era mejor continuar.
Así que continuamos. Lentamente, en efecto, pudimos alcanzar una zona de rocas que mi compañero había divisado desde el campamento. No era difícil de superar, ofrecía más firmeza que el eterno acarreo que, por lo demás, se extendía hasta la cumbre. La salida del sol nos encontró haciendo una gran pausa en la orilla del campo de penitentes y nos alegramos por el buen tiempo que parecía teníamos por delante. Y realmente estábamos favorecidos por la buena suerte: hubo durante todo el día brilló el sol y, lo más importante, muy poco viento.
Esto facilitó nuestro ascenso. Luego decidimos seguir más livianos, así que dejamos, por no ser necesarios, cuerda, cubretecho de la carpa y crampones porque se veía que nos lo íbamos a necesitar más. Eso me vino bien a mí que ya había comenzado lentamente a “tener suficiente”. También había dejado de buscar moluscos entre la gran cantidad de fósiles que había hasta la cumbre del cerro.
El montañismo es conocido por representar un símbolo de la vida del hombre: uno quiere subir tan rápido como sea posible haciendo esfuerzos moderados. La cumbre, que desde abajo no se ve tan difícil, parece que tras cada paso que uno consigue con grandes esfuerzos se alejara más. Mirando hacia atrás, tu desempeño parece digno de consideración, pero si miras hacia adelante debes reconocer con sorpresa que el anhelado objetivo se ha vuelto a esconder detrás de un obstáculo que antes no has tenido en cuenta.
¡Y de repente está ahí! Debes renunciar temporalmente a todos los pensamientos de alto rendimiento y de la cumbre y someterte a una pequeña rutina para superar este obstáculo. No debe transformarse ni en una gran ni en una inútil rutina, tú debes concentrar todas tus fuerzas ahora sólo en encontrar el mejor camino. Los desvíos, rutas en zigzag y de vez en cuando algunos descensos -¡qué hermoso símbolo de la vida!- no te deben asustar, ellos también llevan al objetivo, a veces más rápido que la ruta directa.
De esta forma tuvimos que superar algunos obstáculos, hicimos algún zigzag puesto que ya casi no podíamos continuar derecho y finalmente tuvimos suerte, puesto que estábamos arriba. Era el viernes 5 de febrero de 1937 a las 12:00 en punto. Lo que al mismo Krückel nunca le había pasado en una cumbre, le pasó acá: con el hermoso tiempo pudimos cocinar. 5950 metros señaló el altímetro, tomamos té, calentamos nuestra lata de duraznos, los comimos y pusimos en las latas vacías nuestras tarjetas con algunas palabras de explicación y enterramos bajo los envases 1 Peso chileno, acuñado el año 1935, en parte como un pequeño incentivo de ir a buscarlo y, en parte, porque Krückel justo lo tenía ahí. Todo fue cubierto con piedras.
Todavía no se habían formado las nubes de la tarde por lo que teníamos una vista magnífica. Para hacer honor a la verdad: grandiosos se ven algunos cerros desde abajo, pero desde arriba pierden altura.
Hacia el Suroeste se encuentra el macizo del Marmolejo con el San José rodeados por un gran número de grandes cerros. Hacia el Sur cierra el grupo del Loma Larga y el Mesón Alto que forman un cordón entre ellos. Abajo nuestro se extiende el valle del Yeso que nace acá, así como el Museo que corre hacia el otro lado, el Norte. Nuestro Mueso nace de la Pirámide y no lo hace si es que se acepta que nace en el cerro Alto. En la prolongación del valle del Yeso, al fondo, están el San Lorenzo y el Peladeros, a la derecha nuestra, enormes cerros sin nombre con grandes glaciares. Al Este reconocemos por delante los cerros bien conocidos del valle del Olivares, más atrás el grupo del Plomo, la cuenca glacial del Olivares, los cerros Littoria y Risopatrón. Ahora nos giramos y encontramos el conocido cordón del Rabicano, Catedral, Chimbote, Polleras y finalmente un cerro completamente glaciado que todavía no aparece en las cartas y luego el soberbio cerro Alto. Entre ambos se asoma la cumbre del Tupungato y finalmente nuestro vecino más próximo, el Nevado de los Piuquenes con el que nos une una arista desde unos cientos de metros más abajo. Krückel estudia con ansiedad el largo desierto de hielo hasta la cumbre que él ha intentado ascender en diferentes oportunidades. Desde el Norte hacia el Sur finalmente se levanta un largo cordón de cerros rojos en Argentina, más allá del valle del Tunuyán. ¡Cuidado! No podemos ir demasiado hacia uno de los lados puesto que crujen de forma sospechosa los penitentes que cubren desde ahí hasta la cumbre y que hacen que más peligrosa una caída debido a las cornisas de hielo existentes. Tampoco queremos hacernos los valientes puesto que estamos felices luego de haber encontrado condiciones tan favorables para el ascenso.
Dos horas nos quedamos arriba y luego descendimos contentos. Cuando al día siguiente cabalgamos hacia casa, al campamento base, pasamos por una tormenta de nieve y por varios días no pudimos volver a ver la Pirámide y cuando finalmente logramos ver de nuevo la cumbre, estaba completamente cubierta de nieve.
Traducción: Álvaro Vivanco
Fotos de la expedición:
Artículo publicado originalmente en la Revista Andina 1937