Segundo Intento de Ascenso – Traducción del relato de Paul Güssfeldt del segundo intento de ascenso al Aconcagua en 1883

Segundo Intento de Ascenso

(Extraído de Viaje en los Andes de Chile y Argentina)

4-5 de Marzo de 1883

Paul Güssfeldt

En la tarde del 2 de marzo alcanzamos el vivac de Corralito y con eso entramos en la región del valle Penitente y en la esfera de influencia del Aconcagua. Nuevamente, al igual que en aquel inolvidable día en que vi el Aconcagua por primera vez, observé el cerro, pero ahora apoyado por las experiencias del primer intento de ascenso. Creí que podía señalar cada paso de la ruta a la cumbre y miré hacia arriba hasta que la luz del sol poniente se apagó sobre ella -eran las 6:35.

La noche fue templada; yo la pasé en vela, los dolores de una fistula dental cerrada fueron más fuertes que las dosis de opio. La luna estaba en su cuarto menguante y tenía, como en noches anteriores, un gran círculo a su alrededor; uno similar tenía el sol en la mañana del 3 de marzo. La superficie del círculo parecía gris, el cielo afuera del círculo azul pálido cruzado en partes por velos blancos en rayas. El fenómeno también fue observado desde el portezuelo, durante la cabalgata al antiguo vivac que alcanzamos durante la tarde. También desde acá a las 5:00 de la tarde se pudo observar algunos fenómenos ópticos que siempre señalan condiciones especiales en la atmósfera. Se trataba de nubes blancas con orillas vivamente coloreadas. De esa forma se formó en un lugar un arco de colores que se podría haber tomado por un arco iris si es que el sol hubiese estado en la posición adecuada. En las orillas coloreadas sobresalía especialmente el verde y una gran nube blanca cambiaba de a poco su aspecto de modo que se formaba un tipo de hoja de trébol de superficie verde y orilla roja.

Siempre da una buena impresión ser saludado en un lugar tan solitario, ubicado en el corazón de lo salvaje como lo era nuestro vivac y aunque sólo lo hicieran aquellos objetos inanimados que uno va dejando atrás con la esperanza del retorno: además la llegada nos liberaba de una marcha que la falta de sueño, los dolores y la reacción al opio podrían haber convertido en un martirio. Durante la cabalgata se desvaneció el encanto por lo nuevo o por lo peligroso; la escasez de cigarros obligó a la abstinencia y así estaba quejándome de agotamiento sobre mi caballo café, al que cada día más despreciaba y, sin embargo, necesitaba.

De las pequeñas alegrías en el vivac estaba el encontrar la piedra envuelta en una cuerda que señalaba el punto de observación, puesto que desde este punto debían continuarse las observaciones. Momentáneamente no era posible; la partida de la segunda expedición al Aconcagua me tomó todo el tiempo.

Las condiciones climáticas tuvieron un carácter templado, aunque no estable durante la primera estadía, a pesar de que el otoño ya estaba cerca. Las grises mariposas nocturnas que en el valle Hermoso en grandes cantidades volaban hacia el fuego del vivac para encontrar ahí su muerte, también se encuentran acá, pero en menores cantidades y terminan su existencia a los 3.600 m de altitud.

En el valle Hermoso había llegado a un acuerdo con la gente acerca de la nueva expedición al Aconcagua. Esta vez la empresa debía realizarse de otra forma puesto que la luna ya no iluminaba tanto tiempo y, por lo tanto, una caminata nocturna quedaba descartada. El plan más simple consistía en partir el 4 de marzo lo más temprano posible, pasar la noche en el Aconcagua y al día siguiente completar el ascenso.

Partir temprano en la mañana tenía siempre las mismas dificultades con mis compañeros -por cierto es una queja común entre viajeros. El ideal de mi gente era sentarse alrededor del fuego, calentar algo comestible ahí y luego tras encender algunos cigarrillos, tener una conversación en la cual las palabras “mina” y “caballo” aparecían con frecuencia; en eso se olvidaban de todo el resto, especialmente del Aconcagua.

En total tenía tres compañeros: Jiliberte, Felipe y Vicente, un hombre mayor. Los otros habían regresado hacía ocho días a Chile con don Rafael Salazar. Los dos primeros ya mencionados debían realizar la marcha conmigo. Seleccionamos con cuidado el equipo que debíamos llevar. Por una parte, había que evitar llevar demasiado peso y por otra había que evitar el frío. Jiliberte y Felipe recibieron una camisa de franela y calcetines de lana, el último de ellos además zapatos de montaña. Yo me vestí de la forma en que ya había probado, cada prenda doble o triple. Lo siguiente es lo que me puse: dos camisas de seda, sobre ella una camisa de franela; dos pares de calzoncillos largos, dos pares de medias largas hasta la rodilla de lana, un par de pantalones largos cubiertos por largas polainas de tela, una chaqueta de lana, un chaleco y una chaqueta corta -todo de un material resistente, dos pares de calentadores de muñeca, pañuelos para el cuello y las orejas, mitones y calcetines de lana para proteger las manos. Cuando todo este equipo se ha ajustado al cuerpo se fija un equilibrio de tal forma que el peso se hace menos presente que lo que uno podría creer y no se interrumpe la movilidad.

Antes de la partida con los caballos nos fortalecemos con una sopa de cordero, a la que yo a pesar de mi hambre me cerqué tentativamente porque cada mascada podía provocar fuertes dolores; casi no me habían abandonado y durante la última noche interrumpieron naturalmente mi sueño. Cada indicio de mejoría había pasado, sólo la mano de un cirujano podía ayuda acá, pero esa ayuda estaba lejos, muy lejos. Me envolvía la cabeza en lana que saqué de los cobertores de la montura, me tapé los oídos con lana, para que con eso el viento y el frío hicieran menos efecto. De otra forma es difícil mantenerse unido a un proyecto como éste, más aún con una fistula dental. El mantenerse en una resolución bien considerada es como mantenerse fiel a una creencia y exige de la intimidad del sentimiento religioso.

A las 10:00 de la mañana cabalgamos hacia abajo. En el horizonte en el oeste brillaban nubes borrosas y llenaban la mitad del firmamento. Me desbordaron los escalofríos cuando a las 12:45 se terminó la cabalgata a los pies de la canaleta. No nos demoramos mucho, repartimos las cargas y escalamos a la 1:23 hacia la entrada a los penitentes. Jiliberte llevaba el mayor peso; el saco de dormir, un cobertor de lana y dos de caucho. Felipe, aparentemente bien formado y delgado, pero no lo suficientemente resistente, llevaba la cámara. El resto lo llevé yo; los pequeños instrumentos, una olla de cobre, el frasco metálico con cognac, algo de té, azúcar, tortilla, es decir, pan, alcohol para cocinar.

Subimos con una temperatura de +4°C; la canaleta se había recuperado de la caída de nieve y estaba casi libre de ella. A las 3:20 alcanzamos la entrada a los penitentes. Una nota que tomé a los pies de la canaleta decía: “Cielo más cubierto de lo que a mí me gusta”. A la altura del portezuelo estaba ventoso y frío y a pesar del acostumbramiento a este trabajo, la posibilidad de fotografiar quedó descartada. La cámara y el trípode fueron dejados acá. La tormenta creció y con ella nuestro frío y luego de que había escrito una descripción del paisaje, continuamos a las 4:00 de la tarde, descendimos 20 metros y cruzamos por tercera vez la laguna congelada.

Tras superar la pared de nieve comenzó la caminata por el nevero largo. Su final, formado por la unión del Aconcagua con la cadena de penitentes, lleva a un paso que tiene por delante grandes roturas en el nevero; aquel paso, el que yo creo que por un sinuoso valle lleva a los pies de la cumbre. La gran ladera noroeste, la cual le da su majestuosidad al macizo del Aconcagua por este lado, tendría por su lado izquierdo el inicio de aquel valle.

La travesía del nevero no fue tan mala en su primera parte; las consecuencias de la caída de nieve acá eran agradables, donde con frecuencia la superficie del pie con frecuencia se encuentra con puntas de hielo; aun cuando la nieve polvo no hacía fácil el avance.

Mientras manteníamos la dirección 65° E cambió el eje de nuestro nevero hacia la dirección 40° E y en una curva a la derecha apareció un marcado cerro en estratos que cerraba el paso.

Avanzábamos protegidos del viento por la cadena de penitentes. La insolación y la reflexión de la luz ejercían un buen efecto -había algo de amabilidad en la naturaleza. En una maravillosa claridad se encontraba el Aconcagua. Íbamos hacia él; su arista se extendía más y más; sus laderas se hacían más grandes, pérdidas para los ojos en lo escarpado. La transparencia del aire hacía ver al cerro como una gran ilusión óptica, le daba dimensiones de una sierra hacia la cual se podía extender la mano.

Salimos del nevero, es decir, ingresamos al Aconcagua a las 6:50, por lo tanto, tras 2 horas 50 minutos de marcha sobre la nieve, y yo debí decirme que, por lejos, es preferible la marcha diurna a la nocturna.

Estaba oscureciendo rápidamente. Ascendimos otros tres cuartos de hora por rocas, acarreos y nieve. En las primeras grandes rocas que encontramos nos detuvimos; estaban ahí sobre la ladera como un grupo de titanes nocturnos conspirando. Los conocía bien; eran los mismos conglomerados de arena en los cuales durante el primer ascenso tuve que usar mis artes de convencimiento con la gente. El lugar estaba bien elegido. Una roca desplomada unas 100-150 pulgadas nos protegía del frío; el suelo estaba cubierto por una roca finamente erosionada, lo que la hacía relativamente suave. Estaba completamente oscuro cuando comenzamos a ordenarnos. El frío se había vuelto más intenso y el intento de armar una lámpara plegable fracasó. Todos estos “prácticos” utensilios debieran ser tirados al agua al inicio del viaje.

Como no podíamos encender luz, tampoco pudimos calentar té, dejamos toda la comida intacta, pusimos los sacos de dormir entre los cobertores de caucho y nos metimos en ellos. La mejor forma de soportar un vivac sin fuego y a 5.300 m de altitud sobre un nevero es acostarse lo más apretado posible con los compañeros. Para eso mi saco de dormir parecía hecho puesto que tenía lugar para dos personas, pero nosotros éramos tres.

El recuerdo de mi civilización perdida después de acostarme no pudo evitar que sintiera las comodidades de las instalaciones. En efecto, la temperatura era sensiblemente más alta que en la atmósfera libre, pero para eso tenía que compartir la inmovilidad con otra momia enrollada; lamentablemente también sin falta de sentido del olfato que mis compañeros se encargaron de diferentes maneras de preservar. A la mañana siguiente hice los mayores esfuerzos por levantar a mis compañeros del saco de dormir. A las 6:20 el termómetro señalaba -9°C, una hora más tarde -7,3°C. Derretimos nieve y preparamos la conocida mezcla de agua, pan y hojas de té.

Finalmente a las 6:40 del 5 de marzo se continuó la marcha tras dejar todos los cobertores. Escalamos por las rocas de arenisca; grandes masas verdes grisáceas con algo de nieve fresca sobre ellas. A las 7:10 recibimos el primer rayo de sol; hasta acá ni el viento ni el frío se habían hecho molestos. Yo guiaba y llevaba un ritmo lento; en los cerros de la altura a la que nos encontrábamos había nubes espesas; también detrás del Aconcagua había una nube blanca. Pasé la noche casi sin dolores; a las 7:25 de la mañana comenzaron de nuevo.

En lugar de los comentarios prefiero dejar acá las notas que tomé en el lugar de los hechos:

7:32. Pausa de 2 minutos; 200 pasos en 10 minutos.

8:00. Pausa de 2 minutos; tierra amarilla y rocas blancas.

8:20. Pausa de 20 minutos. Sólo los cerros Ramada en 30° W y el Montenegro en 18° W aparecen por sobre las nubes; nada de viento; los 2 acompañantes como moscas agotadas; a través de formaciones de yeso de cal (?).

8:55. Pausa de 7 minutos en las rocas; arenisca roja que bien puede ser pórfido. Hacia el oeste aparecen cerros aislados desde el mar de nubes; vista hacia la cumbre cubierta por las rocas. Se dibuja un borrador esquemático.

9:02. Se continúa.

9:12. Pausa de 2 minutos.

9:27. Pausa de 28 minutos. Vista a los cerros Ramada y Montenegro. Al estar acostado uno se despierta aproximadamente tras la octava inhalación de aire debido a la opresión y a continuación se debe inhalar profundamente, al menos, otras dos veces. Dolor de muelas: antídoto contra la puna; a veces dolores terribles; ¡oh! esos espasmos violentos de los nervios de los dientes; con gusto respiro sobre la nieve. A la misma altura de la orilla del cráter del Ramada (6.100 m).

9:55. Se continúa por las laderas.

10:15. Pausa de 4 minutos.

10:27. Pausa de 5 minutos. Mis dos compañeros y yo sufrimos; especialmente Felipe. Se ve por el valle Penitentes hacia el valle Hermoso. Ahora hacia arriba por las rocas blanco-amarillentas que tienen rojo por debajo.

11:10. Pausa de 5 minutos. Hacia arriba por las rocas amarillas.

11:30. Punto muy difícil: se ve la cumbre, la ladera noroeste y el punto que alcanzamos el 21 de febrero; estamos más abajo; el mismo está marcado por las franjas horizontales entre la nieve más arriba y el acarreo negro más abajo. Cae nieve; la atmósfera se oscurece; Felipe está acostado inmóvil. Hago un reconocimiento y me doy cuenta de que el flanco noroeste es accesible; donde se acerca a la arista es muy empinado y está cubierto por nieve polvo; me devuelvo a donde está la gente. Filiberte viene conmigo mientras que Felipe se queda.

11:40. Hasta las…

11:55. Llegó el mal llegó. ¡No puede ser! Las rocas blancas junto a las cuales damos la vuelta están bajo el rojo de la cumbre; armé un montón de piedras, puse una lata oval en ellas (las tabletas para el dolor de muelas del Dr. Lyon) con una pequeña flor azul seca.

12: 20. Temperatura -3°C. Regreso. Con gran velocidad hacia abajo.

1:05. En el lugar en que dormimos. ¡Hemos soportado demasiado! Pero el té, que acá preparo con nieve, y el medio cigarro que todavía queda ayudan a sentirse mejor. Ningún problema estomacal; un poco de dolor de cabeza -puede ser tanto un reflejo de los dolores de muela como un efecto de la altura.

2:10. Continuamos con todas las cosas; con viento, nubes negras y algo de granizo. Pronto estamos de vuelta en el nevero, que nuevamente está iluminado por el sol; el reflejo de la luz es tan fuerte que además de las gafas azules me debo poner la trenza de pelo de caballo sobre los ojos.

3:05. En medio del nevero; calor abrasante; me siento bien. Temperatura de +1,5°, nieve muy blanda; Jiliberte lo pasa mal. Pausa de 5 minutos.

4:05. En la pared de nieve de la laguna. Pausa de 2 minutos.

4:12. En la entrada a los penitentes, en la sombra.

Suficiente con las notas. Hay poco que agregar a las explicaciones. No sólo el buen tiempo, sino que también la voluntad de la gente estaba agotada y de mí mismo tuve que reconocer que la medida de mis sufrimientos era mayor que la medida de mis fuerzas. Aun cuando la nueva caída de nieve no nos hubiera obligado a regresar, con dificultades habríamos podido alcanzar la cumbre del Aconcagua aquel 5 de marzo de 1883. Yo estaba, al igual que todos, mucho más sensible al aire menos denso que la primera vez; él fue para nosotros una tortura y nos puso tales dificultades y dolores agudos de una forma que pensé seriamente que mi rostro quedaría para siempre deformado. A pesar de eso cargué piedras en mis bolsillos que serán incorporadas en la colección real en Berlín; en realidad, se trataba de un montón de ellas para llevarlas más como curiosidad que por su valor científico.

Mi gente se tiró al suelo de la entrada a los penitentes como muertos y no movieron ni una mano más. Tuve que buscar la cámara y el trípode y luego preparar todo para una fotografía. Así conseguí dos placas impecables que fueron tomadas a eso de las 5:00 de la tarde y que muestran la parte alta del Aconcagua.

Inmediatamente después descendimos por la canaleta hacia el valle Penitentes hasta el lugar donde estaban las mulas. Acá también realicé dos dibujos con el sol poniéndose y luego cabalgamos durante la noche desde las 6:10 hasta las 8:15 hasta el vivac.

Una dosis de opio me permitió dormir y me ocultó todos los dolores.

Con eso la expedición al Aconcagua había terminado.

Que me alejara de la idea de realizar un tercer intento de ascenso lo podrá encontrar natural el lector. El otoño ya había llegado, la temporada estaba demasiado avanzada, el tiempo completamente estropeado, la nieva fresca era demasiada como para que hubiera alguna oportunidad de tener éxito. Así que el final natural de la expedición quedó pendiente.

Muy lejano queda para mí la sensación de que el punto que alcancé y la cumbre sólo tenían una diferencia de desnivel de 400 metros. ¡400 metros que en un terreno habitual requerirían poco más de una hora para conseguirlo! ¡Todo lo que habría podido enseñar una parada en la cumbre, aunque sólo hubiese sido de unos pocos minutos! ¡Cuánto más valioso habría sido el resultado final!

Por otro lado, ¿fue provechosa la expedición? ¿Se mantiene en pie o se cae con haber pisado o no la cumbre? ¿Se parece al juego en que uno pierde todo lo apostado o lo gana doble? Todas esas preguntas se pueden reemplazar por una: ¿qué sabíamos antes de la expedición sobre el Aconcagua y qué sabemos ahora?

No se puede negar que el misterioso velo que al comienzo de mi viaje cubría al cerro más alto de los Andes ahora se ha corrido; el acceso se ha encontrado, la ruta trazada con precisión, las dificultades existentes se han precisado, la mejor época del año -15 de enero hasta 15 de febrero- se ha reconocido. Sobre la forma de proceder no hay más dudas. Las condiciones del terreno permiten que porteadores sin formación alpina accedan al Aconcagua incluso hasta las proximidades de la cumbre; sólo deben poseer la fuerza y no ser temerosos; grandes capacidades para escalar no son necesarias. Uno podría hacer un cómodo vivac con cobertores y una carpa baja en el mismo lugar donde yo lo hice sin fuego, sólo protegido por un saco de dormir y con dolor de muelas, permitiendo así hacer fuego con carbón para conversar junto a él y calentar sopa y vino. Cuando alguien parta a las 8:00 acompañado por dos buenos guías alpinos y el tiempo se mantenga bien, estoy convencido que es posible alcanzar el objetivo; en estas condiciones el gasto de energía no sería tan grande en estas condiciones como el que sufrí yo en mis intentos incompletos. La más hermosa ayuda consiste en la inquebrantable confianza en los compañeros; ellos deben ser de características similares y estar tan compenetrados el uno con el otro que no les sea necesario hablar una palabra con el otro durante todo el ascenso.

El éxito quedaría cuestionado o se haría imposible particularmente bajo dos circunstancias: una tormenta de nieve durante el ascenso o una fuerte caída de nieve poco antes del ascenso. En el último caso el esfuerzo de los escaladores, debido a la textura polvorienta de la nieve, sería demasiado grande para fuerzas humanas.

Así que, si a la empresa no la ilumina una estrella feliz, ésta quedará sin terminar.

Traducción: Álvaro Vivanco

Artículo publicado originalmente en la Revista Andina 1930 Heft 4 (Aconcagua Heft):