Nevado del Plomo – Traducción del artículo de Eberhard Meier publicado en 1958

Nevado del Plomo

Los seismiles de nuestra cordillera limítrofe presentan hasta el momento muy pocas ascensiones, un hecho debido posiblemente a su relativamente difícil abordaje. Esto se traduce en un mayor período de tiempo empleado en sus ascensos. En esta categoría, el Nevado El Plomo está en un lugar destacado por ser el de más complicado abordaje. Solamente para acceder a su base, ya es en sí, una expedición de alta montaña y recién entonces comienza realmente su ascenso. En este caso no hay que confundir el Nevado del Plomo con el cerro Plomo, visible desde Santiago. Él se sitúa a más de 20 km al interior, en la misma dirección, en la frontera y es además 600 metros más alto. Lo que nosotros sabíamos únicamente que había sido ascendido en el año 1910, desde el lado argentino, en una expedición de todo el verano por el Dr. Reichert, eso es desde el este, para lograr su cometido y en todos estos años no había sido perturbado en su divina paz. Quizás fue esto lo que nos empujó a explorar esta región virgen.

Tras dos días de cabalgata por los valles del Colorado y del Olivares llegamos al Gran Salto. En el camino no faltaron los imprevistos. En una ocasión a la una de la noche una tormenta nos obligó a armar la carpa; ¡la agitación no fue poca! Luego se espantó uno de los animales y botó toda su carga que por un pelo no cayó en el río Olivares: ya veíamos nuestros sacos de dormir flotando en el agua cuando un último matorral detuvo la caída. Pero ¡cómo tendría que salir todo en un viaje tan largo! En el Gran Salto tuvimos que constatar que el lugar no se adecuaba para un campamento base. El Olivares es demasiado sucio para tomar agua y además hay demasiado poca leña. Un poco más abajo en el valle, en el estero de la Ferrosa, encontramos un lugar adecuado donde nos instalamos como en casa. Un cristalino estero nos traía el agua. No faltaba leña y, como nos dimos cuenta más tarde, tampoco tabolangos, aquellos pequeños animales de mal olor que gustan de esconderse en la carpa o en el saco de dormir. Debido a esto el campamento cambió rápidamente de nombre y fue llamado campamento Tabolango.

Ahora comenzaba la vida en serio. Nosotros que estábamos acostumbrados a llegar con los animales por lo menos hasta los 4000 metros ahora debíamos cargar las pesadas mochilas sobre nuestras espaldas desde los 2500 m. Estábamos en el Gran Salto, aquel impresionante escenario que cierra el valle del río Olivares. Desde la izquierda cae en incontables saltos la enorme cascada del Olivares, a la derecha un impenetrable enredo de bloques de hielo que están cayendo, la lengua del glaciar Juncal Sur, y entremedio la pared casi vertical de la Loma Rabona. Y acá, donde todo parece inexpugnable, queremos encontrar una pasada hacia arriba. Primero lo intentamos por el glaciar. La gran cantidad de grietas y seracs nos hacen reconocer lo imposible de nuestro intento. Así es como somos empujados cada vez más a la derecha hacia la morrena y luego hacia las rocas. Tras las primeras dificultades y al contrario de lo esperado logramos avanzar bien. Por una canaleta, bajo una gran roca desplomada, nos metimos hacia arriba. A pesar de que a primera vista esta pared parecía imposible siempre encontramos un camino para continuar. De repente nos encontramos con unas barras de hierro torcido en la roca. Ahora sabemos que vamos bien puesto que más arriba hace muchos años hubo una mina de plata. El mineral se transportaba hacia abajo por la pared de roca. Finalmente salimos de la pared hacia un terreno más transitable, pero siempre con empinadas laderas y luego seguimos subiendo por acarreo. Nos costó algunas gotas de sudor y muchas pausas para recuperar el aliento hasta que alcanzamos arriba el canto donde de nuevo el terreno era plano. Ahora podíamos apreciar casi todo el glaciar Juncal Sur, un mar infinito de penitentes. ¡Ay de quien se atreva a entrar en él! Y de repente aparece el flanco sur de nuestro cerro – una pared de varios cientos de metros de altura que termina sobre un glaciar. Por ahí no hay ninguna esperanza. Pero en primer lugar buscamos un lugar adecuado para nuestro campamento de altura, el cual encontramos pronto en una protegida hondonada. Vidrios rotos de botellas por el alrededor nos llenan de suspicacias. Como constatamos más tarde, la casualidad quiso que utilizáramos el mismo lugar que los primeros ascensionistas del Risopatrón de 1935 – ¡mientras tanto habían pasado 15 años!

A la mañana siguiente salimos con mochilas livianas de exploración. Primero debemos conocer bien el terreno antes de intentar un ataque serio. Caminamos por las morrenas del glaciar del Juncal hacia el Norte siempre con el cerro a nuestra vista. Pronto debemos constatar que por la cara Oeste tampoco se ven posibilidades. Como última alternativa queda la cara Norte. Por experiencia sabemos que los cerros que por el sur están fuertemente glaciados normalmente por el otro lado presentan una cara más débil. De esta forma seguimos hacia el Norte y finalmente llegamos a una hondonada en el glaciar que está entre el Juncal Chico, el Juncal y el Nevado del Plomo. Entre tanto el tiempo se ha echado a perder y comienza a nevar, pero en el último instante podemos constatar que acá se encuentra la única posibilidad de ascenso. Debido al mal tiempo regresamos de inmediato. Hay rayos y truenos, nuestros piolets zumban de forma peligrosa debido a la tensión eléctrica de la atmósfera. Por suerte sólo se trata de una tormenta pasajera. Sin embargo, ha caído tanta nieve fresca que sentimos pocas ganas de quedarnos en el campamento alto. Como tenemos tiempo suficiente, esa misma tarde descendemos al campamento base donde esperamos poder recuperarnos de mejor forma de nuestros esfuerzos. El campamento alto queda armado con todo el material imprescindible en él.

Dos días de descanso en el campamento base nos dieron lo suficiente para recuperarnos. Estamos nuevamente en forma plena. Llenos de esperanza comenzamos un nuevo ataque. Otra vez subimos por el Gran Salto. Al mediodía ya estamos en el campamento alto. Lamentablemente una pequeña tormenta nos retiene acá, pero estos casos ya los hemos previsto. A la mañana siguiente vamos a proseguir. Muy cargados resolvemos el problema de la interminable morrena. Debido a las pesadas mochilas no avanzamos tan rápido como durante la caminata exploratoria, pero en la tarde llegamos a la parte superior del glaciar, desde donde podemos divisar la primera parte de la ruta de ascenso. Acá a aproximadamente 4000 m levantamos el campamento alto número 2. Cuando el sol se está poniendo preparamos nuestra cena. La pared de hielo de dos mil metros del Juncal brilla otra vez en un sutil rosado y luego se pone todo muy frío. Al día siguiente estamos escalando por la arista norte de nuestro cerro. Dejamos la hondonada en el glaciar, ascendemos las morrenas laterales y llegamos después a acarreos. Finalmente cambiamos entre roca y canaletas, el terreno se mantiene siempre muy empinado. En la tarde alcanzamos una brecha en la arista aproximadamente a unos 5000 m. Buscamos un lugar de campamento, pero no se ve nada plano por ninguna parte, por todos lados sólo hay precipicios. Nos decidimos a aplanar una pequeña terraza de unos dos metros cuadrados para el piso de la carpa y así tenemos nuestro tercer campamento de altura. ¡Qué gran vista nos ofrecen los extensos glaciares del Olivares y del Juncal que nadie hasta ahora ha visto!

Y entonces comienza el gran día que nos debe traer la definición. El tiempo podría estar mejor, pero a pesar de eso nos atrevemos puesto que no queremos esperar en el campamento. Todavía en la carpa aseguramos los crampones en los zapatos que vamos a necesitar durante todo el día. Desde el campamento cruzamos neveros muy empinados en dirección hacia un bastión de roca que cruza todo el flanco norte. Llegar ahí significa buscar una pasada hacia arriba. Una chimenea casi vertical en la que además hay una roca bloqueando el paso, nos da la solución final. Eso fue un trabajo duro, quizás el más exigente en todo el cerro. Acezando llegamos a la planicie superior. Ahora la ruta a la cumbre está libre. Sopla un viento gélido Por suerte tenemos puesta toda nuestra ropa de abrigo. El cielo está fuertemente nublado y se ve casi amenazante. ¿Pero quién se rendiría acá tan cerca de la cumbre? Calculamos que el tiempo todavía puede resistir, en el peor de los casos se puede descargar una pequeña tormenta en la tarde como en los días anteriores. Ahora estamos sobre el glaciar superior que se rompe hacia el oeste  por sobre una pared, Por una cómoda ladera se avanza paso a paso. Como el aire acá es tan poco denso cada metro debe ser conquistado y exige incontables pausas para respirar. Repentinamente nos encontramos en la anhelada cumbre. Casi es la 1:00 de la tarde cuando los tres nos damos felizmente la mano. Muchas nubes cubren la vista, pero lo importante es que alcanzamos el objetivo. Inútilmente buscamos alguna marca de piedras cuando de pronto encontramos bajo una de ellas un pedazo de papel sin ningún registro –  el único testimonio del primer ascenso de hace 40 años. Qué pequeños nos sentimos en este abrumador paisaje de montañas y, sin embargo, se mezcla en estos pensamientos un sentimiento de satisfacción por ser nosotros los segundos tras tantos años que pueden estar acá arriba. La historia del papel encontró más tarde su explicación. El Dr. Reichert nos respondió a la pregunta que el papel tenía otro propósito, pero que de todas maneras era una prueba del ascenso. Wolfgang Förster y Wilhelm Niehaus hicieron un hito de piedras y dejamos nuestros nombres en una lata de conserva. ¿Quién va a ser el que la encuentre y sea el tercero?

El descenso transcurre sin problemas. Especial cuidado le dedicamos a la chimenea y finalmente en la carpa nos podemos sacar los crampones. Tras un corto descanso y desarmar el campamento alto 3 iniciamos el descenso hacia el campamento alto 2 que nos promete una agradable noche de descanso. Cansados nos metemos en la carpa y disfrutamos el bien merecido sueño tras un día lleno de sucesos. Nos levantamos al día siguiente recién cuando el sol aparece por sobre el Juncal y le da calor a nuestra carpa. ¡Hoy nos podemos permitir esto! El tiempo nuevamente es magnífico. Un reluciente cielo azul nos hace olvidar las dificultades del largo camino de regreso por las interminables morrenas del glaciar del Juncal. Todo el tiempo disfrutamos de las vistas hacia todas partes. Las cámaras fotográficas no tienen descanso. En el campamento alto 1 nos esperan algunos bocados que hemos dejado ahí para el regreso. La despedida de esta impresionante región se nos hace difícil. Recién seis años más tarde volveríamos cuando nos dirigimos al Risopatrón, pero ahora nos apuramos a ir hacia la comida del campamento base. Como animales salvajes bajamos por los escalones del Gran Salto. El anochecer nos ve llegar sanos a los tres al campamento donde los arrieros nos esperan con la comida preparada, sobre la que nos lanzamos ansiosos, no porque hayamos pasado hambre durante el camino sino que porque, como por experiencia sabemos, en los campamentos más bajos se tiene un mejor apetito que en los altos.

Con esto terminaba nuestra hasta ahora más larga expedición. Cinco días completos requirió la verdadera ascensión mientras que fueron 3 a 4 días sólo para acercarse. La gran diferencia de altitud desde los 2500 m en el Gran Salto hasta los 6050 m en la cumbre del Nevado del Plomo es difícil de realizar en un tiempo más corto porque se debe realizar a pie.

Todavía nos quedaban algunos días libres así que nos resultó otra cumbre. Desde la hasta entonces virgen Sierra Esmeralda disfrutamos, con buen tiempo, de una magnífica vista que en cuanto a claridad no dejaba nada que desear. Pudimos ver otra vez toda la ruta al Nevado del Plomo que nos había mantenido en tensión unos días antes. Tras un desvío al Paso de las Pircas regresamos a Santiago por el portezuelo del Cepo. ¡Qué abundancia de experiencias trajimos a casa y cuanto brillo del solo para iluminar nuestros días grises!

 

Eberhard Meier

Traducción: Álvaro Vivanco

Artículo publicado originalmente en la Revista Andina 1958


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