Sierra Velluda
Por Kurt Kroessig
La Sierra Velluda era algo notable. Por eso daba miedo. Antes que nosotros nadie había tocado su cumbre. Que el conocido temuquense Adam Kredel haya tenido que regresar sin la cumbre se debió, en mi opinión, sólo a una razón: la falta de tiempo. Nosotros estábamos justo una semana después de nuestra llegada a los pies de la montaña en la cumbre y quedamos decepcionados. Queríamos superar dificultades y casi no las encontramos. Cuando alguien se encuentra en una altura de 3560 m casi sin viento, es una gran excepción, una suerte muy especial.
Hasta una altura de 1700 m, es decir, hasta la laguna Verde las mochilas no se nos hicieron pesadas. Ahí debieron devolverse los caballos de carga y nosotros cargamos nuestras espaldas. Sabíamos que otros habían llegado hasta los pies del cerro y se habían devuelto. Nosotros queríamos armar ahí nuestro campamento para tener tiempo y fuerza disponibles para el último tramo. Llevamos comida para 14 días y además de la carpa normal para 4-6 personas una carpa pequeña de 2m² de superficie. El lunes 8 de enero de 1940 llegamos a mediodía a la laguna. El mismo día comenzamos con el ascenso y porteamos 2 pesadas mochilas 600 m más arriba para luego volver al campamento. La noche siguiente la pasamos arriba a 2300 m de a tres en la carpa pequeña. Por acarreos y rocas llegamos al día siguiente a un nevero. Un ascenso más cansador que difícil nos llevó hasta bastante cerca del torreón de la cumbre de la Sierra. Sobre una pequeña banda de acarreo armamos nuestro campamento. El volcán Antuco se escondió detrás de las nubes. Nosotros estábamos rodeados por neblina que de vez en cuando nos permitía echar una mirada hacia abajo. Nuevamente pasamos una noche en la carpa pequeña y nos sentimos bien así. Afuera sopla un viento más fuerte. Hace notoriamente frío. Nuestra carga se encuentra dispersa sobre la arista que nos trajo hacia arriba. También debemos trae la carpa grande y la comida más importante. A pesar de la neblina debemos bajar. Comenzó a llover. Pronto estamos mojados hasta los huesos. Se deben poseer habilidades acrobáticas para que 3 personas se cambien de ropa en una carpa para 2 que en promedio tiene 60 cm de altura. Las cosas que estaban secas se mojaron con el inevitable roce de las paredes húmedas de la carpa. El frío cada más desagradable lo contrarrestamos con cognac. A la mañana siguiente brillaba nuevamente el sol. Rápidamente se tienden todas las cosas para secarlas. Se le quita a la carpa la carga de nieve y se prepara la base para nuestra “casa”. Hemos comido nuevamente de forma abundante. Una gran olla de arroz con leche, que realmente apenas estaba un poco quemado, se vació rápidamente. El sábado bajamos nuevamente a buscar el resto del equipo. En la tarde se levanta una gruesa neblina. Todo se encuentra húmedo. Me resbalo por un nevero por unos 50 m en la nada, pero el piolet alcanza a detenerme. En realidad, no podría haber pasado mucho puesto que el nevero terminaba en una hondonada más bien plana. Finalmente tenemos la carpa grande delante nuestro en la que se puede llevar a cabo nuestro trabajo de cocina. Afuera llueve y nieva nuevamente. En la carpa, sin embargo, la cocinilla Primus extiende una temperatura de lujo.
El domingo pasa nubes por sobre nuestro campamento. La cumbre está cubierta por hielo. Se ve como si estuviera cubierta por una costra de azúcar. Dos de los nuestros parten a reconocer el ascenso por la cara Norte. El viento se ha puesto realmente fuerte. Hay que esforzarse para que a uno no lo dé vuelta. Al atardecer sabemos que el ascenso no es posible por esta cara.
Un tiempo magnífico no despierta el 15 de enero. Al lugar entre el macizo principal y la antecumbre se llega a través de un nevero y un campo glacial por la cara Oeste del cerro. Por ahí una canaleta lleva hasta muy cerca de la cumbre. Por un par de puentes resistentes llegamos a este campo que está cubierto por piedras que caen en forma constante. Un par de estos “amigos de los montañistas” pasan silbando junto a nosotros. Debemos extremar la atención. Sin incidentes ganamos aproximadamente 220 m de altura y vemos, me gustaría decir, repentinamente apenas unos 100 m sobre nosotros la cumbre. La ruta hacia arriba no requiere de mayor estudio. ¿Podría regalarnos otra difícil canaleta o algo parecido? Sin embargo, nada de eso aparece. Tras una corta escalada en roca estamos arriba, 3560 metros señala nuestro altímetro. Tras divisar la cumbre Sur del Llaima confirmamos que nos encontramos en el punto más alto de la Sierra Velluda. Nuestra búsqueda de rastros de antecesores resulta estéril. Nosotros fuimos los primeros.
Nos alegramos de haber recuperado pronto la bandera que dejamos en la cumbre y con eso confirmamos que la Sierra Velluda no es un cerro tan espantoso y rebelde. Los días y noches allá arriba sobre el glaciar con los cóndores inmóviles planeando pertenecen a nuestros más hermosos recuerdos.
Tomé, Febrero de 1940
Traducción: Álvaro Vivanco
Artículo publicado originalmente en la Revista Andina 1943