Primer Ascenso del Morado por la Ruta Directa de la Pared Sur – Traducción del relato de 1943

Primer Ascenso del Morado por la Ruta Directa de la Pared Sur

Quien haya estado alguna vez en Lo Valdés, con seguridad, habrá admirado los atrevidos flancos de hielo que cubren por esta cara al Morado. Esta cara se ha intentado con frecuencia, sin embargo, debido a que no existían pruebas fehacientes al respecto intentamos develar el secreto del cerro por esta cara.

Eramos una cordada de tres. Los señores C. Piderit y J. Silva del Club Andino y yo del Club Alemán de Excursionismo. Para el ascenso de un cerro como el Morado por su pared Sur se necesitan hombres duros con gran experiencia en montaña y conocimientos técnicos. De otra forma es un fracaso asegurado. Antes de que intentáramos en forma seria ascender el cerro, hicimos en diferentes intentos previos exploraciones por el lado más débil del cerro. Piderit y yo creíamos que lo mejor para conquistar el cerro era partiendo desde Lo Valdés hacia el valle de Morales hacia la laguna y desde ahí directo por el glaciar hacia arriba. Y este intento fue emprendido por primera vez en serio.

El 1° de febrero de 1942 partimos hacia la pared Sur del Morado. En la mañana salimos hacia Lo Valdés a 1.960 m de altura. Después de almorzar allá salimos a caballo acompañados por mulas hacia la laguna a los pies del Mirador. Armamos el primer campamento a los pies del glaciar. Gracias a colchonetas de goma pasamos muy bien la primera noche sobre el hielo a aproximadamente 2.700 m. La luna llena, con la que esperábamos ascender temprano, fue tapada por el San Francisco de modo que se mantuvo oscuro. A las 5:00 partimos. En primer lugar, por un glaciar de pendiente suave; tras dos horas de marcha aparecen las primeras grietas. Desde ahora hay que ser cuidadosos porque puede ser peligroso, más aún con 20 kg de carga que hacen presión puesto que lamentablemente no existen las mochilas que se lleven a sí mismas. Tras una corta pausa superamos las grietas con un “para allá y para acá” por puentes de hielo, aristas y pendientes. De ahí viene una larga planicie. Ahora estamos casi a 3400 m de altura. Delante nuestro se levanta una abrupta pared de hielo que nos deja desconcertados rascándonos la cabeza. Con fuerza caen piedras, pero regresar no se nos viene a la mente. Primero comer y descansar un poco puesto que ya notamos el cansancio después de 5 horas de marcha. Piderit estima que pasar la pared de hielo nos va a tomar dos horas y media, yo una más. Finalmente necesitamos cuatro horas y media. Desde abajo contra el cielo claro parecía la pared significativamente más corta. Cuidadosamente ascendemos por la pared que se va poniendo más empinada, al final arriba alcanza los 50-60° de pendiente. Debo tallar escalón tras escalón, con cuidado nos aseguramos con la cuerda para que no nos pase nada. Cuando ya “la lengua nos cuelga fuera de la boca” y casi no podemos avanzar debemos cruzar una canaleta por la que caen piedras. Apenas estuvimos al otro lado sentimos un crujido y algunas toneladas de piedra cayeron por delante de nuestros pies hacia las profundidades. Pero finalmente se había alcanzado el portezuelo o altiplanicie y con eso se acabó el peligro. Eran las tres y media de la tarde y con eso habíamos estado ascendiendo por diez horas y media. Se había alcanzado la altura de 3800m. Armar la carpa, beber, comer y dormir se hicieron rápidamente, especialmente lo último.

Durante la noche aulló un viento por sobre el portezuelo que rasgó la carpa desde los anclajes y nos dejó expuestos al horrible frío. Avalanchas de piedras resonaban de forma que nosotros creíamos que nos iban a cubrir. Como varias veces tuvimos que salir de la carpa, la noche estuvo llena de experiencias. A pesar de eso amaneció.

En cuanto pudimos volver a ver con claridad nos dimos cuenta que nos encontrábamos en un callejón sin salida. Delante nuestro se encontraba la pared Sur y una horrorosa zona de grietas sobre las cuales caían avalanchas de hielo de forma que nosotros ya no nos rascábamos la cabeza sino que dejábamos la boca abierta. Además una gran grieta cerraba el paso a cualquier ascenso.

Por acá teníamos el camino cerrado, eso era seguro. Pero teníamos una vista privilegiada hacia la alta cordillera como pocas se puede tener y para disfrutarla y orientarnos mejor ascendimos el Mirador de 4300 m de altura. En una hora y media subimos por una ladera de hielo de unos 30-35° de inclinación, luego seguimos por una fácil sección de escalada en roca y ya estábamos arriba. Sólo un viento gélido hacía desagradable la situación. Aunque no encontramos vestigios de algún ascenso, el cerro ya había sido subido. Construimos un hito de piedras para eventualmente hacerle saber a nuestros sucesores de nuestro ascenso. Desde acá arriba vemos exactamente que cruzar el glaciar hacia la pared Sur es imposible. Descendemos por la arista que lleva directo hacia el valle del Morado y ahí descubrimos una posibilidad de ascenso directo hacia la pared Sur. Sin embargo, no podemos bajar por el glaciar del Mirador y debemos descender hacia el otro lado. Era para llorar. Sólo para demostrarnos que clase de tipos éramos, decidimos acá arriba descender directamente el mismo día hasta Lo Valdés. A las 8:30 de la mañana subimos al Mirador y a las 12:00 en punto habíamos terminado el descenso, desarmado las carpas y estábamos listos para partir por la misma ruta de vuelta. Con gran precaución comenzamos el descenso y para lo que habíamos necesitado diez horas y media para el ascenso, lo conseguimos en cuatro horas descendiendo. En la laguna nos cocinamos por primera vez una sopa, descansamos una hora y entonces llegó el gran final. Las mochilas estaban más pesadas puesto que la carpa, cuerda, etc. habían absorbido agua. Casi agotados recorrimos el valle hasta llegar al infame ascenso desde el lecho del río hacia el refugio. Para mala suerte el río se había llevado el puente así que teníamos dos ascensos por delante. Al anochecer a las 8:30 llegamos a tropiezos al refugio y nos echamos líquidos fríos y calientes en la garganta. Lo habíamos logrado. Cerramos los ojos y cuando los volvimos a abrir ya era un nuevo día.

Un mes más tarde estamos de nuevo ahí. Esta vez con la firme resolución de triunfar. El 28 de febrero de 1942 en la tarde viajamos a Lo Valdés para pasar allá la noche. Temprano, a las 7:00 de la mañana, nos montamos en las mulas para ingresar al valle del Morado, lo que toma cuatro horas y media. Luego nos encontramos a unos 3300m de altura sobre el glaciar a los pies de la pared Suroeste del Morado. Como a las 13:00 ya estábamos en nuestro campamento utilizamos el resto de la tarde para estudiar nuestra ruta de ascenso y para aclimatarnos. Además nos alimentamos en forma contundente. La pared que se levantaba delante nuestro se considera inescalable. Sin embargo, tenemos coraje y en cuanto termina la primera noche en un campamento de altura, partimos el 2 de marzo de 1942 a la conquista del Morado. El glaciar moderadamente empinado llega hasta arriba hasta las rocas. La dirección muestra exactamente Oeste-Suroeste como única posibilidad de entrada a la pared que se encuentra en dirección Suroeste. La roca tiene buenos agarres y es firme, sin embargo, por todas partes hay acarreo lo que nos obliga a ser cuidadosos porque la cuerda suelta todo el tiempo piedras sobre nosotros. Si no fuera por las horriblemente pesadas mochilas, sería un placer hacer gimnasia por las rocas. Fuera de algunas duras pasadas de roca no es difícil y hoy ya sabemos que es sólo su grandiosidad y largo lo que la hacen parecer inescalable.

Aproximadamente son 800 m de altura absoluta en roca y 200 m en hielo los que hay que recorrer antes de poder montar un campamento. En siete horas habíamos superado la pared. Veíamos nuestro hito al otro lado en el Mirador, es decir, que estábamos a 4300 m de altura por arriba de la zona de grietas que hacía un mes nos obligó a detenernos. 1000 m de altura con nuestras pesadas mochilas fue un buen rendimiento y con nuestros piolet hicimos una terraza junto a una grieta para nuestra carpa. Sólo un poco pudimos comer y nos metimos en los sacos de dormir. El tiempo parecía que iba a cambiar. Nubes grises se acercaban a la cumbre, a veces granizaba, se puso frío y cayó una noche gélida. Pero amaneció. Con caras dudosas examinamos el resto de la ruta de ascenso. Una grieta gigantesca (rimaya se llama en el idioma de los montañistas) parecía impedirnos el paso. Una hora y media de ascenso y ya estábamos junto a la grieta. La grieta tenía paredes de hielo verticales y brillantes y una profundidad insondable.

Con atrevimiento exploramos la grieta. Voy adelante y siento instintivamente que acá está el problema del cerro que hay que superar. Me acerco a la orilla de la grieta y creo haber gritado: “paso encontrado, pero sumamente difícil”. Se debía cruzar de forma muy comprometida por un gran puente de nieve. Más atrás se levanta una pared de hielo de 14 metros de altura de aproximadamente 80°. Con extremada precaución sigo avanzando y cuando me encuentro al otro lado vienen mis compañeros. ¿Y ahora qué se hace? Hay que superar la pared. Parto adelante. En el primer tercio de la pared constato que sólo con crampones y tallando escalones no es posible. Si me caigo, desaparezco en las profundidades de la grieta que abre sus fauces como un dragón hambriento. Tengo que tomar el mosquetón de hielo. Sin embargo, lo tengo en la mochila. Estoy en una pared de hielo de 80° de pendiente, es decir, casi vertical. No me puedo sujetar ni asegurar en ninguna parte. (Asegurar con cuerda sólo es posible desde abajo). Me saco los 20 kg de mochila de la espalda y busco el mosquetón, me pongo de nuevo la mochila, pongo el mosquetón en el hielo y cuelgo la cuerda. Ahora me tranquilizo. Tiemblo entero por el esfuerzo. Ahora, protegido contra una caída, sigo escalando y supero la pared. Los otros dos vienen a continuación y sin novedades nos reunimos sobre la grieta. Esos 15 metros de desnivel necesitaron una hora para ser superados. Delante nuestro se levanta la cumbre y como el tiempo se ve malo y amenazante, preparamos otro lugar de campamento en la orilla de otra grieta. Recién es mediodía. Decidimos acampar y a medianoche salir a la cumbre. Esta se mantiene visible así como las dificultades a superar. Estamos aproximadamente a 4600 m de altura. Tercer campamento. Sin embargo, estamos debilitados puesto que nadie puede comer. Hacia el anochecer me tomo una tableta de Adalina con la esperanza de poder dormir un poco y así acortar en algo la noche. Está extremadamente frío ya que nuestra carpa está al aire libre. Un gélido viento sopla del Este. A medianoche nos levantamos para partir sin carga a la cumbre. Sin embargo, lo horrible: dos enfermos de puna, Silva y yo mismo. No podíamos pararnos derecho. Tuve que vomitar. Algo difícil era la situación. Volvimos a entrar a la carpa. Silva se recuperó hacia el amanecer, mientras que yo empeoré, probablemente porque la Adalina hizo el efecto inverso al deseado. Con puna (nombre de la enfermedad de altura) uno debe bajar de inmediato. Sin embargo, le recomendé a mis dos compañeros salir a la cumbre. No podía soportar la idea de haber estado tan cerca de la cumbre y tener que regresar derrotados a casa. Veo lo difícil que es para Piderit tomar la decisión de partir a la cumbre sin mí. Finalmente parten los dos que alcanzaron la cumbre tan solo en cuatro horas. A las 3:00 de la tarde están de vuelta. Piderit trae un piolet, Silva una foto.

Nos hemos vuelto a reunir. Mi estado ha empeorado notoriamente. Mi corazón late, cuando estoy acostado, a un ritmo de 166 veces por minuto, debo vomitar con frecuencia, tengo dolores de cabeza espantosos y terribles dolores en los ojos. Piderit está rendido, pero todavía en buenas condiciones, Silva está agotado. Así comenzamos nuestro descenso. Intentamos otra pasada en la orilla de la grieta con la esperanza de que sea más fácil. Desciendo yo primero y busco el cruce. Lo encuentro, pero es mejor no preguntar cómo. Después ya estamos de nuevo en la orilla de la grieta, pero ahora sin puente de nieve. Hielo verde azulado nos ilumina, la grieta se ve sin fondo. ¿Qué se hace ahora? La única opción es superar la grieta con un gran salto. Debo saltar yo primero. Me doy suficiente cuerda y con toda la fuerza que logro reunir, salto tan lejos como me es posible para caer alejado de la orilla de la grieta ya que ésta está desplomada y se puede quebrar fácilmente con el peso recibido. Aterrizo al otro lado, me estiro y me levanto. No pasó nada. Luego me traigo las mochilas y uno tras otro realizan el salto. Al saltar con crampones en los pies se debe hacer con las piernas abiertas, sino se puede clavar las puntas. A todos les resultó el salto y ahora queda hacer rápidamente el camino conocido hacia abajo. Bajamos rendidos y agotados. Estamos sedientos. Bebemos en el primer riachuelo que corre sobre las rocas. Continuamos, ya es tarde. Es imprescindible salir de las rocas antes que oscurezca. Entramos a otro nevero entre las rocas. Ya nos habíamos sacado los crampones así que nos deslizamos por la nieve con los zapatos para bajar de mejor forma. La forma de deslizarse se va aprendiendo. Se avanza bien y rápido. Como voy primero, de pronto llego a hielo duro, pierdo el equilibrio y me resbalo. Silva, que va segundo, no entiende bien lo que pasa y también se resbala. Cuando logro frenar, siento un tirón de la cuerda y veo que Piderit ha sostenido todo. Podría haber salido mucho peor justo al final de la excursión. Entonces se le corta la dragonera a Silva y su piolet sale rebotando por las rocas. Más abajo encontramos al fugitivo. Con mucha prisa seguimos descendiendo y logramos salir de las rocas antes del anochecer.

Ahora sólo queda la ladera de hielo delante nuestro. Nos deslizamos, tropezamos, tambaleamos hacia abajo, cada uno está al final de sus fuerzas. A las 9:00 de la noche alcanzamos nuestro campamento base a 3300 m de altura. Ahora a arma rápido la carpa, tomar algo caliente y adentro en los sacos de dormir. Ninguno pudo comer. La noche, era nuestra cuarta sobre el hielo, pasó bien. A la mañana siguiente tuvimos el siguiente espectáculo: una avalancha enorme se desprendió desde la pared y pasó un poco a la derecha del lugar por donde habíamos bajado. Yo pude filmar toda la caída de esta avalancha.

Las mulas las habíamos pedido recién para el 6 de marzo. Como estábamos ahí un día antes, debimos descender a pie por el valle del Morado. Seis horas y media necesitamos hasta Lo Valdés. Por mi parte, yo me sentía completamente agotado. La puna me siguió hasta acá abajo en el valle o mejor dicho sus consecuencias. Al llegar a Lo Valdés tuvimos conciencia de que habíamos superado la pared Sur del Morado lo que nos llenó de orgullo y felicidad por la victoria a los tres, también a mí que no estuve en la cumbre. La batalla fue dura, sin embargo, sin sacrificio no hay victoria: el Morado ya no tenía secretos para nosotros.

Traducción: Álvaro Vivanco

Relato publicado originalmente en la Revista Andina 1943