Expedición Isla Madre de Dios

imdLee aquí el relato de nuestro socio Michael Cantzler del día más especial  durante la expedición a este lugar único en Chile y el mundo.

EL DÍA “D”

Parecía imposible (y de hecho nadie le tenía mucha fe), pero el pronóstico de la Armada fue bastante acertado: el sábado a medio día las condiciones iban a mejorar y el domingo iba a ser un buen día. Y así también fue, por lo menos en términos relativos Precisamente el sábado 22 a medio día dejó de llover y las nubes comenzaron a dar paso a una nubosidad parcial (aunque aún con muy poco cielo azul). El viento era solamente un poco más que una brisa, y todos salieron a aprovechar este Veranito de San Juan: algunos fueron a sacar fotos, otros a ver flora y fauna y otro simplemente a disfrutar de un momento tranquilo al aire libre.

Un grupo de cinco (Ignacio Chacón, Marcelo Salazar, Eduardo Jofré, Eduardo Orellana y yo), aprovechamos de hacer una preciosa navegación en busca de una lagunita ubicada al otro lado del monte Soublette, a unos 7 km de distancia navegando y a unos 3 km en línea recta al NE del campamento base. Las condiciones eran bastante buenas, pero, debido a la carga del bote no nos fue posible planear, por lo que el viaje de ida tomó unos 45 min. Las vistas, hasta ahora ocultas por las nubes desde que habíamos llegado a la isla, eran fascinantes: preciosas formaciones de piedra caliza por todos lados, cubierta en parte por retorcidos bosques de varios tipos de Notofagus (principalmente coigües) y salpicadas por innumerables cascadas, algunas de las cuales provenían directamente de las nieves de las altas cumbres de la isla y otras afloraban asombrosamente desde los riscos, provenientes de las entrañas de la roca.

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El lugar de destino, llamado “Anse de la Balleine” por los franceses, era un lugar maravilloso: una bahía muy protegida, prácticamente dentro del circo formado por el monte Soublette y otros cerros escarpados, con varios islotes y playas de arena blanca, que en  todo caso lamentablemente quedaban bajo agua con la marea alta (de lo contrario habrían sido EL lugar para armar campamento…). Otra cosa fabulosa fueron los bancos de choros que había, especialmente en los bordes de los islotes. A todos, y a Eduardo Jofré en especial, se nos hizo agua la boca al ver los miles de estos bivalvos de tamaños sorprendentes adosados a las rocas, literalmente al alcance de la mano desde el bote. Si hay algo de lo que los antiguos Kaweshkar no deben haber padecido, eso es hambre… Fue una gran pena que no los pudiéramos comer, debido a la alerta de marea roja que había en la zona!

A la lagunita en todo caso no pudimos llegar, básicamente porque se nos hizo tarde y no teníamos tiempo de aventurar una exploración si no queríamos llegar de noche al base. El viaje de retorno de hecho fue incluso más lento que el de ida debido al viento sur que había comenzado a soplar.

Una vez de regreso en el campamento, y luego de disfrutar de una reponedora cena preparada por nuestro chef y humorista Juanito Carvajal, se trazaron los planes para el día siguiente, que prometía ser bastante decente desde el punto de vista climatológico y que, dados los meteos de la Armada probablemente iba a ser el mejor día de toda nuestra estadía. José, Cristóbal y yo íbamos a intentar el monte Roberto, el objetivo más importante para mi como montañista y además se iba a realizar el buceo en la caverna Kawtcho, aprovechando la poca lluvia que había caído y que supuestamente iba a caer al día siguiente. Cabe recordar que durante los días anteriores se había explorado y equipado la caverna con cuerdas, se había porteado el equipo de buceo (más de 100 kg) e incluso se había intentado un buceo, el cual sin embargo no fue posible dado el alto nivel de agua en la caverna. Así que el domingo era EL día que había que aprovechar!

Los montañistas salimos rumbo al monte Roberto como a las 08:30 y, luego de sortear una breve pasada por un bosquecito de canelos, coigües y cipreses, comenzamos a ascender rápidamente por su ladera oriente. A unos 400 msnm nos adentramos en el reino de la piedra caliza, donde el terreno es como un glaciar de roca, en el que el agua disuelve la caliza al igual que lo hace con el hielo (solo que a un ritmo mucho más lento) y labra grietas, canales sinuosos, sumideros insondables, filos y picachos de todas las formas imaginables. Todo esto es adornado por aguerridos ñirres tipo bonsái (como casi siempre son los ñirres en este tipo de condiciones) que crecen en los lugares mas inverosímiles soportando condiciones climáticas muy difíciles y que hacen parecer a este paisaje como un exquisito jardín japonés natural, imposible de superar por el más experimentado jardinero. A esto hay que sumar las vistas soberbias que se tienen sobre el seno soplador y los escarpados cerros circundantes, con las que nos deleitamos por varios minutos.

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Una vez dentro del laberinto de caliza la progresión obviamente se hizo más lenta y también peligrosa, debido a que las pendientes iban aumentando y a que la roca disuelta por el agua generaba cantos MUY filudos que en caso de una caída fácilmente podrían haber causado desde cortes leves hasta tal vez la amputación de un miembro o algo peor…. En este terreno el uso de cuerdas también se habría complicado mucho debido al peligro de corte. Además de lo anterior, comenzó a precipitar una mezcla entre granizo y nieve que cubrió la roca con un manto resbaloso y que redujo la visibilidad a solamente un par de metros. Es así como decidimos abortar la ascensión a unos 730 m de altitud, cuando no deben haber faltado más de 70 m hasta la cumbre . Otra razón que pesó en nuestra decisión fue que no podíamos gastar mucho más tiempo en el intento de ascensión, ya que debíamos asistir en el buceo de la caverna Kawtcho, otro de los objetivos importantes de la expedición.

El descenso tuvo que ser hecho con mucho cuidado por lo resbaloso y peligroso del terreno, pero no tuvo percances, y alrededor de las 3 de la tarde nos encontramos en la entrada de la caverna con los buzos Daniel Vargas y Guillermo Riesco, e Ignacio Chacón quien los ayudó a portear los últimos ítemes de equipo desde el base. La entrada a la caverna es un lugar magnífico: está ubicado en el fondo de la quebrada por la que fluye el principal riachuelo que desemboca en el seno soplador, el cual en este punto simplemente es tragado por la roca. Recuerdo haberle hecho el comentario a los buzos de que dentro de un par de horas ellos estarían buceando “allá abajo”, indicando con mi dedo hacia las entrañas de la tierra…

Esta caverna había sido explorada por las expediciones francesas que habían estado en la isla anteriormente, estaba bien descrita en sus informes y estaba ubicada a una distancia muy conveniente del base, por lo que constituyó un objetivo espeleológico ideal para nosotros que teníamos muy poca (o mejor dicho nula) experiencia en este tipo de actividades. A posteriori definitivamente habría sido muy difícil y arriesgado tratar de bucear en otra caverna…

Luego de constatar que el nivel del agua que entraba a la caverna era convenientemente bajo pusimos manos a la obra para portear los aproximadamente 100 kg de equipo hacia el interior de la caverna: para cada buzo dos botellas de buceo y dos reguladores completos (redundancia), unos 15 kg de plomo, el traje seco, las aletas, el chaleco compensador, 2 linternas, cámaras fotográficas y de video, máscara, lineas de vida, etc.

El descenso comenzaba con un tramo de unos 40 m por una galería con una pendiente de unos 20° que iba bajando su altura progresivamente hasta llegar casi a 1 m de altura. Luego seguía una caída vertical de unos 6 m, la que ya habíamos equipado en días anteriores con cuerdas y una escalera de cuerda, y que desembocaba en una bóveda de unos 15 m de alto y 30 m de diámetro. Finalmente había que recorrer una galería horizontal de unos 30 m que tenía un diámetro de más o menos 1,5 m  y que terminaba en el sifón en el que los buzos se iban a zambullir.

A pesar de que la ruta era conocida y la habíamos equipado, el trabajo fue arduo debido a lo complicado del terreno, lo pesado de la carga y al hecho de que todo estaba lleno de barro proveniente de las crecidas del río que ingresaba a la caverna. De hecho esto es algo de lo cual uno tiene que estar MUY pendiente cuando bucea en cavernas ubicadas en zonas lluviosas: en cualquier momento se puede desencadenar un diluvio afuera (el cual puede pasar completamente desapercibido estando adentro), haciendo crecer el nivel de las aguas al interior de la caverna en forma repentina con consecuencias nefastas. Para muestra un botón: nosotros encontramos ramitas y hojitas incrustadas en el techo de la caverna, lo que significa que cuando llueve mucho la caverna se llena COMPLETAMENTE de agua…

Una vez que todo hubo sido llevado al borde del sifón, se preparó la inmersión, lo que costó bastante por lo estrecho del lugar. Los buzos se tuvieron que vestir con sus aparatosos trajes secos (lo único que sirve para bucear en aguas de 4 °C), se tuvo que unir las botellas en parejas y armar los sistemas de respiración y se probó y confirmó el funcionamiento de todo. El ingreso al agua tampoco fue fácil, ya que el nivel estaba bastante bajo y los buzos tuvieron que desescalar unos 2 m con todo el cachureo. Pero finalmente ahí estaban: chapoteando en una poza turbia de unos 3 m de diámetro, haciendo las últimas pruebas a sus equipos antes de desaparecer hacia lo que parecía ser otra dimensión…

Para los que nos quedamos “en tierra” la situación no dejó de ser un tanto tensa: no teníamos ningún contacto con los buzos y, si bien sabíamos por los informes de los franceses que la caverna no debía tener complicaciones especiales, solo podíamos esperar a que todo estuviera bien y que retornaran sanos y salvos dentro del tiempo acordado. De lo contrario solo podríamos haber rezado…
Pero gracias a Dios todo salio como planificado, y luego de unos 45 min, durante los cuales aprovechamos de comer algo, de contar uno que otro chiste para aliviar la tensión, vimos la tenue luz de las linternas de buceo iluminar tímidamente las aguas amarillentas del sifón y luego aparecer a nuestros dos compañeros sin novedad! Ignacio, Cristóbal, José y yo nos abrazamos y felicitamos a los buzos por la hazaña y les ayudamos a salir de su fría piscina. Inmediatamente nos contaron cómo les había ido, cómo era la cosa “al otro lado” (pregunta que todo explorador siempre se hace) y nos mostraron el video que habían hecho.

Se había cumplido el objetivo, que era cruzar los aproximadamente 8 m del sifón, salir a la caverna del otro lado, atravesar un corto tramo de roca y finalmente sumergirse en el segundo sifón hasta una profundidad de unos 15 m, punto en el cual decidieron volver. Es fascinante pensar de que en todo caso el sifón seguía y se internaba hasta casi los 45 m de profundidad, punto ubicado tal vez incluso cerca o debajo del nivel del mar!

Ahora debíamos desarmar todo el equipo de buceo, empacarlo y subirlo a la superficie, donde a estas alturas ya había empezado a anochecer. Fue nuevamente un trabajo pesado, pero con la ayuda de todos y gracias a que habíamos equipado la ruta muy bien, la cosa funcionó sin contratiempos. Como a las 10 de la noche estábamos fuera de la caverna con todo el equipo y comenzamos el retorno al base con lo que alcanzamos a llevar (al día siguiente iba a ser necesario hacer otro porteo). La huella era bastante complicada, la oscuridad era completa y la carga era pesada, pero conocíamos la ruta a la perfección y nuestro ánimo estaba en alto luego de una jornada entretenida y exitosa, por lo que el camino se nos hizo fácil. Finalmente, alrededor de las 11 de la noche y luego de más de 15 horas de trabajo, llegamos cansados pero felices “a casa”, como ya le decíamos con cariño al base, donde nuestros compañeros nos recibieron con honores (y por supuesto con un buen puchero) y nos bombardearon con preguntas.

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