Primera Ascensión del Cerro Marmolejo (1928)

Lee acá el relato traducido al castellano del primer ascenso al cerro Marmolejo por socios del DAV en 1928

 

 

Ascensión del Cerro MARMOLEJO (6100m)

(Primera Ascensión)

Posición geográfica (coordenadas), cumbre principal

Latitud Sur                                    33-43-54                                     

Longitud Oeste                             69-52-33

Traducción de “Zeitschrift ANDINA”, Marzo / Abril 1928, Págs.  26 – 39
Relato original de Sebastian Krückel, Santiago
Traducción de U. Lorber, Hamburgo
Ver Nota al final del Texto; 

Pág. 26.

Aquella parte de la gigantesca cadena de cordilleras que se extiende de latitud sur 32 a 34 grados por Chile Central y Argentina, bien puede designarse como el “El dorado” de todos los amigos del turismo de alta montaña. Pues aquí se alzan, casi sobre el mismo meridiano (70 grados oeste de Greenwich), cadenas ininterrumpidas de montañas, cuyas cumbres se yerguen hasta casi 7000m, entre ellos el Aconcagua con 6960m – la segunda cumbre más alta del mundo (!). Al sur de este sigue una serie de montañas no menos impresionantes, entre las cuales se encuentra a m/m 34 grados sur el Marmolejo, cuya cumbre más alta (de tres cumbres) – a la cual se refiere este relato – alcanza 6100msnm. El Cerro Marmolejo se conecta al sur con el Volcán San José (5830m) a través de un portezuelo de 5100m – el cual representa la divisoria de aguas y asimismo la frontera chileno – argentina. Como puede observarse en muchas cadenas montañosas de esta región de la alta cordillera, este portezuelo en el lado chileno está casi libre de nieve y hielo, en tanto en el lado argentino el hielo eterno alcanza los filos más altos. Este fenómeno tiene su explicación en los vientos constantes y fuertes que soplan desde las costas chilenas (y cuyo fuerte y helado soplo hemos podido experimentar de sobra). Este viento, que pone en movimiento piedras y trozos de hielo, no le da tregua a la nieve, y es por ello que numerosas de las altas cumbres se mantienen casi libres de nieve desde el lado chileno – pese a que superan la altura de las nieves eternas. Posiblemente también contribuya el sol de la tarde, con el cielo chileno despejado – y así derretir más nieve, en comparación con la situación en la pampa argentina, frecuentemente nublada con el sol de mañana. Antes de comentar la ascensión, puede ser de interés hacer una comparación entre las condiciones y las dificultades entre el turismo de montaña en los Alpes y el de los Andes: ambos presentan diferencias interesantes y características, como también las bellezas naturales de ambos cordones montañosos son muy diferentes.
Más de algún lector podrá haber titubeado al ver la altura de 6100m, y fácilmente puede sobreestimar las dificultades para alcanzar esa zona. Porque el escalamiento del Monte Blanco, 4800m, la montaña más alta de Europa, ya es una hazaña de proporciones. Aquí habla una serie de factores a favor de los Andes, en tanto que otros factores ponen mayores exigencias al andinista en la Cordillera. De entrada está la diferencia en latitud geográfica de los Alpes en comparación con el sector de los Andes en cuestión, que hace subir el límite de las nieves en este último. Además, la formación geológica de los Andes es más reciente. Una serie de volcanes aun activos y la actividad sísmica demuestran claramente que fuerzas subterráneas siguen en actividad. Las dificultades técnicas que encuentra el alpinista en los Alpes – una formación geológica más antigua – pueden considerarse mayores. El tiempo y el clima han erosionado allí las paredes de roca, que por ende tienen mucha pendiente y a veces son extra-plomo – permitiendo el acceso tan solo a los mejor entrenados. De hecho la ascensión de cumbres altas y altísimas en los Andes nos parece en buen grado una cuestión de resistencia física, ya que en general puede elegirse una ruta sin nieve o sin excesiva pendiente. En repetidas ocasiones guías alpinos de montaña no pudieron hacer uso de su arte (“Kletterkünste”) en la Cordillera – salvo que hubiesen elegido como acceso algún glaciar gigante de los Andes.

 

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Sin embargo, varios considerandos obligan al andinista a tener mayor cautela a lo que seria necesario en los Alpes. A varias jornadas de viaje no hay rastro de la civilización, no hay refugio de montaña, y menos hotel o tren. El fuego de campamento reemplaza a la calefacción central y el baño, pieles y saco al smoking del comedor y el pijama en el hotel alpino. Las vituallas hay que elegirlas en forma suficiente y de calidad, a menos que el rifle contribuya con un sabroso asado de guanaco para enriquecer la comida fresca. El estomago, con frecuencia, falla en las alturas, y esto se traduce en una falta absoluta de apetito. ¡De noche la temperatura cae bastante bajo cero: ay del que no esté bien protegido contra el frío de la noche! Más de alguna vez, para evitar congelamientos, hemos paseado en redondo o hemos boxeado mutuamente, para mantener la sangre en movimiento. ¡Cómo saludábamos luego nuestro radiante sol, que trae calor y vida! Pero igual que el aliento helado del viento nocturno, tanbien el sol pronto se transforma en tirano. Apenas alcanza el sol cierta altura sobre el horizonte, comenzamos a ansiar un lugar de sombra. ¿Pero donde encontrarlo? Por ninguna parte algún árbol, apenas pequeños matorrales, poco invitantes, áridos y casi siempre con espinas. A través del aire cristalino quema el sol, desplegando un mar de luz resplandeciente, que nos obliga a ponernos los anteojos de protección. Hay tan solo un medio contra las heridas e irritaciones por quemazón en cara, cuello y manos: no afeitarse, no lavarse, sino aplicar capa por capa de alguna crema – que en unión con polvo y mugre produce una capa protectora Utila. Una crema con lanolina ha dado buenos resultados, ya que frena los rayos ultravioletas. Evidentemente, el moverse a tanta altura pone altas exigencias a la resistencia física – la cual, según entendemos, es la principal garante del éxito.

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Los animales de los arrieros – caballo como mula, de silla y de carga – tan adaptados a ese terreno inhóspito de montaña, en general no superan los 4500m: los animales de carga, bajo la presión de las correas de amarre, no alcanzan a llenar sus pulmones con el aire enrarecido de las alturas. El corazón trabaja en forma forzada, y empiezan a fallar. Es necesario hacer campamento, lo que a esta altura no es un placer, y con los vientos reinantes resulta una empresa arriesgada. ¡Pero qué significan 100m o, como en nuestro caso, nada menos que 1500m que aun hemos de superar! Nos desplegamos, como si estuviéramos cargados de plomo, 5m de subida, y estamos fuera de aliento, como si hubiéramos corrido una maratón. Hay tan solo una única posibilidad – a menos que se haga una expedición en gran estilo – para alcanzar cumbres como la que hemos subido. Ya que por lo general es imposible – y nunca aconsejable – hacer campamento más arriba de 5000m, hay que alcanzar la cumbre “en una sola jornada”. Hay que estar dispuesto a caminar día y noche, más o menos como hicimos – durante cuarenta horas. Yo concedo que un poco de práctica y entrenamiento son necesarios. En el año 1926 hice un intento en solitario, para investigar una ruta de ascensión al Marmolejo, que desde años tenia en mente – cerro que según mis informaciones no había sido escalado. Elegí una ruta que sigue un filo parcialmente libre de nieve entre dos glaciares, que se aproxima al Marmolejo en dirección este. En ese intento logré superar bien los 5000m. Tramos difíciles de roca, que yo no podía superar solo, me obligaron a retroceder. Bajando un campo de nieve de mucha pendiente, me topé con el glaciar que desciende entre San José y Marmolejo. Este lo crucé, con nieve fresca, hasta el final. Por primera vez pude apreciar las extrañas formas de los hielos cordilleranos. Me di cuenta de lo imposible y lo peligroso de una marcha en solitario en esta zona totalmente desconocida. ¡Cómo respiré de alivio, después de dejar atrás esa maraña de grietas y abismos, y pisar de nuevo tierra firme! Esto era en la cercanía inmediata, donde a los dos años instalaríamos el campamento base. Mi primer pensamiento fue entonces, atacar el Marmolejo desde el lado chileno, porque allí casi no hay formación de hielos; pero yo no tenia certeza, si por esta ruta realmente se podía alcanzar la cumbre. Investigaciones no prosperaron, porque ningún ser humano conocía o había puesto pié en la continuación del valle de la Engorda. Este valle era el único que, según el resultado de mi reconocimiento, podía considerarse como acceso prometedor. Por tanto no me quedó otra que, acompañado de dos colegas de viaje dispuestos a todo, los señores Maass y Sattler, considerar el ascenso a través de los desmembrados glaciares (“zerrissenen Gletscher”) entre San José y Marmolejo. El 3 de enero de 1928 llegamos con el Tren Militar del Cajón de Maipo a la estación de El Volcán, y el 6 de enero por la tarde llegamos con nuestra caravana al punto de partida de mi tour de reconocimiento, a 3800m de altura, donde establecimos campamento base. No debo olvidar de presentar a los lectores a nuestro confiable guía, Don José María Castillo de Melocotón. Don José, que ya tiene 70 años, ha pasado su vida en la cordillera. Se conoce, mejor que cualquier otro, caminos y huellas – si es que puede hablarse de tal en la cordillera. Por los años seguro no es un jovencito, pero a 4500m se baja del animal de silla y sigue con buen paso a pié para, como el dice, cuidar a los animales. A pesar de sus años, el andar por estas alturas parece darle menos problemas que a nosotros. Cuando le preguntamos – mostrando hacia el Marmolejo – su opinión respecto de nuestros planes, mueve la cabeza y dice en tono seco: “El que va a subir ahí no nació todavía”. Yo no estoy muy inclinado, a descartar esta advertencia de un viejo y experimentado habitante cordillerano, y debo conceder que dejó en mí una impresión desagradable. Luego de pensar un poco, me dije para mí, que esta vez yo podría subir a la cumbre.

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Sin tener en cuenta que durante dos años he podido acumular experiencias en la cordillera, esta vez no estoy solo, sino acompañado de dos amigos, dispuestos a todo, que no conocen el volver atrás, y dispuestos a acometer el riesgo y las penurias de una noche al aire libre a 5000m de altura. También estamos bien equipados. Por primera vez nos acompaña una carpa de alta montaña tipo “tormenta”. Con esta carpa queremos subir desde el campamento base lo más alto posible, y hacer un vivac. El lugar que he considerado para esto, es donde pisé el glaciar hace dos años, a 4400m. Desde allí queremos subir a la altura del paso, donde se juntan San José y Marmolejo, para luego tomar a la derecha (Norte) el filo y seguir este hasta la cumbre. La dificultad reside en la travesía de los enormes campos de seracs (“Gletscherbrüche”) a 4800m. Una vez en el paso (5000m), el éxito de la gestión solo puede ser una cuestión de fuerza y “aguante”. En suma: ¡primero subir al paso entre Marmolejo y San José! Como dicho, debe realizarse un ataque tipo “Sturmangriff”. Para ello, hay que tomar impulso y juntar fuerzas. Esto lo hacemos, comiendo, tomando y flojeando, dos días enteros. Con el animo que tenemos, de hecho nos cuesta trabajo no atacar la montaña antes de tiempo. Finalmente, el 8 de enero a las 9.30 de la mañana abandonamos el campamento base. La partida se atrasa en algunas horas, porque Don José tiene que traer los animales, que están más abajo, a tres horas. Finalmente montamos. Don José se esfuerza para dejarnos bien arriba con los animales; pero luego de dos horas y media, ya no se puede seguir. Estamos a 4400m de altura. Por todos lados vemos penitentes, con altura de hombre. Esta formación de nieve es típica de la cordillera. Como se aprecia en mis fotos, son estructuras extrañas y hermosas, que se parecen a un ejército de peregrinos, inclinados y que están rezando. Alcanzan hasta 20m de altura. De acuerdo a mis informaciones, no hay aun una teoría segura sobre su formación.

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El comentario frecuente, que los penitentes se formarían tan solo en las faldas orientales de la cordillera, puedo calificarlo de errado. Excluyendo a las formaciones muy grandes, tienen por lo general una posición este – oeste, es decir, siguen el movimiento solar. Muy posible, pienso, que esta formación se produce porque los rayos solares en las “cuencas” de nieve ejercen un efecto de espejo cóncavo, que se reflejan hacia abajo con un efecto multiplicador, derritiendo la nieve en las partes bajas y no en las altas. Los penitentes chicos casi siempre son formaciones de nieve. Los grandes y muy grandes, en cambio, consisten de incrustaciones de hielo y tienen un parecido con los “icebergs”. Tampoco muestran esa regla de extenderse de este a oeste. En su formación parece que participan el viento y otros efectos atmosféricos. Los penitentes de nieve son en parte derechos, en parte torcidos, siguiendo siempre el trayecto del arco solar “und nach diesem hinstrebend”. La pendiente del terreno no es de importancia. Con frecuencia están paralelos lado a lado y en ángulo con la pendiente del terreno, otras tantas veces el terreno es casi plano y se orientan derecho para arriba. A otra situación no le he encontrado explicación: cuando a poca distancia en terreno similar – en una parte se encuentra un campo kilométrico de penitentes, en otra parte un campo de nieve. Una roca solitaria es el lugar adecuado para nuestra carpa. A Don José lo mandamos con los animales de regreso al Campamento Base con la instrucción, de recogernos aquí a las 12 horas del segundo día. Un apretón de manos, algunas recomendaciones de cautela (me parece también escuchar un rezo), y Don José desaparece. Estamos solos en este mundo de glaciares. La tarde está destinada a los preparativos. El amigo Maass batalla con los penitentes. Ahora es importante empacar todo correctamente – no llevar ni demasiado ni muy poco, y distribuirlo equilibradamente en las tres mochilas. En cuanto se pone el sol, nos metemos a los sacos. El ruido de las aguas glaciales, que se van congelando, desaparece. Toda forma de vida desaparece – se “congela” – solo el viento sigue llorando como antes. En la carpa, que se remece con el temporal de viento, se nos hace fatídico y poco agradable. ¿Resistirá? Pues: el piso y el techo son de una sola pieza, entonces ya tendría que llevarnos en algún viaje aéreo. Tranquilizado con esta idea, me duermo. A las 24 horas (medianoche) despierto, y no puedo volver a encontrar el sueño. Maass es el único que tiene un reloj reflejante. El hace las veces de despertador, y tiene la misión de indicar la hora a cada hora.
A las 4 nos levantamos. Con cocinar y empacar se nos pasan dos horas. Hacemos énfasis en comer bien y ampliamente una vez mas, damos vuelta la carpa y la recargamos con piedras, para que no sea presa de la “novia del viento”. A las 6 horas finalmente dejamos el campamento. A diez metros del campamento ponemos pié en un campo de penitentes kilométrico. Tres horas de duro trabajo nos cuesta la travesía. A la primera hora nos encontramos con grietas. Nos encordamos y nos ponemos los grampones. Maass, por una marcha demasiado forzada el día anterior, es condenado a hacer de último. Yo voy adelante. Nos orientamos más a la izquierda hacia el centro del glaciar, que se abre en todas direcciones. Por todos lados se abren enormes grietas. Icebergs de hasta 50m de altura nos cierran el paso. Avanzamos lentamente. Con frecuencia nos perdemos de vista; tan solo la cuerda indica la dirección donde se encuentra batallando el compañero. A ratos parece que no se puede seguir. Pero siempre encontramos una pasada. Aliviados estamos, cuando logramos superar la zona de grandes grietas (“grosse Brüche”) y lentamente vamos pisando la parte superior del glaciar, que tiene menos cortes y grietas.

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(Págs. 31 y 32 son fotos no relacionadas)
Sin embargo, quedan suficientes grietas transversales, casi siempre cubiertas con una capa delgada de nieve. Tenemos que actuar con máxima cautela. El piolet, que en estas condiciones de nieve es el único elemento detector, muchas veces atraviesa la capa de nieve y queda en el vacío. Así transcurre hora tras hora. Mi altímetro, el cual observo de vez en cuando, no quiere subir. Pero tampoco queremos parar a comer, antes de alcanzar los 5000m. Por fin, a las 15 horas, la flecha indica los 5000m. Queremos almorzar, pero ya se establece una falta de apetito. Unos queques, un huevo y un trago de té, es todo lo que podemos ingerir. Luego de una media hora de calma, seguimos el camino, tomando algo hacia la derecha, un campo de nieve con bastante pendiente, que nos cuesta una dura porción de trabajo. Una vez arriba, vemos que no se puede seguir. Una pared de hielo de unos 80m de altura y algunos Km. de largo, nos cierra el paso. Pero tenemos algo de consuelo: de aquí vemos el ansiado filo de altura, que claramente nos muestra el camino (a la cumbre). Tenemos que volver un tramo, sí, pero con nuevos brios avanzamos, y alcanzamos a las 19.30 horas – cuando el sol se esta poniendo – el filo principal, de aproximadamente 5100m. Por primera vez volvemos a pisar terreno libre de nieve. Aliviados, desamarramos cuerda y grampones. Durante 13 horas estamos caminando ininterrumpidamente sobre hielo. En dirección norte está la cumbre del Marmolejo frente a nosotros. Imposible de estimar, cuanto tiempo nos demandará alcanzar la cumbre. Decidimos descansar algo, y luego seguir caminando toda la noche, al mismo tiempo la única posibilidad de resistir el frío. Lamentablemente tenemos que tomar nota, que en el día con todo el esfuerzo que hemos puesto, apenas hemos subido 7-800m, eso da 50-60 metros por hora. Aun faltan 900-1000m hasta la cumbre. Si no podemos aumentar el ritmo, eso significaría que recién en unas 15 a 20 horas alcanzaríamos la cumbre. Las dificultades técnicas están detrás de nosotros.

 

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Ante nosotros se extiende en dirección norte el filo con una pendiente moderada, y libre de hielo hasta la cumbre. Llegar arriba es tan solo una cuestión de fuerza y resistencia. Y nosotros nos sentimos bien, pese a que todos sentimos síntomas provenientes de la puna: dolor de cabeza, náuseas y mareo. Algo de té podemos tomar, y reiniciamos el ascenso a las 22.30 horas. Qué ganas de haber descansado algo más, pero el frío cortante nos induce a seguir la marcha. Así avanzamos en el filo paso a paso. La luna ya salió. Esa luz generalmente tan tenue, aquí brilla más que todas las estrellas que titilan en el firmamento azul oscuro. Tengo la impresión que estamos avanzando bastante más rápidamente que en el día. Apenas cambiamos una palabra. Ya el hablar cuesta energías a esta altura. Desde el oeste sopla un viento helado, que entra hasta los huesos. Cualquier montículo en el terreno lo usamos como protección. Avanzamos de protección a protección. Detrás de alguna roca, en el suelo y respirando, ya miramos cual puede ser la próxima protección. En ningún lugar nos quedamos más de lo necesario. El viento helado, que impide respirar, nos impulsa para adelante. Nuestra ropa y chaquetas de lana parece que fueran de velo. Este rugir de la cordillera puede desesperar al más valiente. Pedazos de hielo y piedrecillas nos tira a la cara. A ratos hay que aplicar todas sus fuerzas, para mantenerse en pie. Esta noche infernal se nos quedará para siempre en la memoria. No nos preocupamos por la alta pendiente del glaciar a nuestra derecha, le damos preferencia al riesgo de caer al abismo. Solo para huir del aliento mortal de este viento, buscamos la protección dudosa detrás del filo en el lado argentino. Siento que las garras de este frío helado penetran hasta la medula. No puedo más, y no quiero más. ¡Es todo en vano! Un deseo invencible me domina por pausa y calor, solo descansar un momento. No puedo seguir resistiendo. Una sensación confortable de no sentir dolor, relajamiento y el sentirse protegido me envuelve. Cómodamente estiro las extremidades en la arena tibia de la playa. Los rayos del sol son gratos y proporcionan calor. Un leve viento rastrea las palmeras en la playa. De repente, parece que me coge una ola marina. Siento un torbellino helado sobre mí, que me baja. Desesperado, me quiero defender, pero no logro mover una extremidad. Golpes dolorosos dan contra mi cuerpo. El dolor, unido a un último esfuerzo, parece romper el hechizo de mis extremidades. Una idea vertiginosa se me cruza, como de un peligro inminente. Me cuesta subir mis pesados párpados._ Un nuevo golpe del viento helado me devuelve en pleno la conciencia. Miro en rededor. Allí está el paisaje lunar, y mis compañeros no están lejos. Todo fue solo un instante. De nuevo una ráfaga, que casi me voltea. Mi instinto de conservación vence sobre el cansancio sin límites. Sigo a gatas, y jadeando. Me doy cuenta, que el movimiento trae alivio y mantiene a la sangre en circulación. Detrás de cada montículo busco protección del viento helado, que parece extraer de mi cuerpo el ultimo átomo de calor. Hache tengo que pensar involuntariamente en el libro de Nansen: “De noche y en los hielos”. Tuvo que resistir hasta 50 grados bajo cero. De acuerdo a sus propias palabras, el pudo acostumbrarse a esta situación. Yo no creo que hayamos tenido más de 10 a 15 grados de frío en esta noche. El efecto paralizante que tuvo sobre nosotros, solo me lo puedo explicar por el hecho de que no tuvimos ningún aporte de calor desde el interior. Los investigadores del hielo polar se movían bajo presión atmosférica normal, y los débiles rayos del sol de la medianoche polar seguro que no les debilitaban. Igual que los esquimales, ellos comían con placer la grasa pura de pescado y se tomaban el aceite de pescado; muy simple, porque el cuerpo instintivamente pedía estos combustibles.

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Ellos no venían de un calor casi tropical al frío polar, y tenían tiempo para aclimatarse. Nosotros, en cambio, en los valles inferiores habíamos sufrido bajo los calores solares, y nuestro aparato digestivo rechazó cualquier comida rica en proteínas. Grasa habría sido de hecho un vomitante. Los pulmones no tenían oxigeno, y a la sangre le faltaba el combustible. De esta forma falló la calefacción interna. Seguimos la marcha, con máximo esfuerzo. Ahora, al fin, se aclara lentamente el cielo en el este. Con fervor vemos la salida del sol, que trae la salvación y el calor. Nuestros ánimos vuelven a dar señas. Ahora también podemos apreciar mejor nuestra situación. Yo no confío en lo que ven mis ojos, y le pregunto a Maass qué piensa de nuestra posición. También el cree, que estamos cerca de la cumbre. ¿Realmente hemos subido tanto? M. tiene razón. Cuando el sol aparece a las 5.30 detrás de la pampa argentina, ya estamos a 6000m de altura. A las 7 horas, Martes 10 de enero de 1928, ponemos pie en la cumbre. La vista es imponente. En el Este vemos detrás de la cordillera argentina la Pampa, al Oeste por sobre Chile vemos en brumosa lejanía el Mar. ¡Allí están todos, nuestros queridos cerros chilenos! ¡Cuán discretos se ven desde esta altura! Nos cuesta esfuerzo, hasta que nos orientamos y los reconocemos. Al Sur vemos bajo nosotros el San José y detrás los cerros de Rancagua, al Norte vemos especialmente claros el Tupungato y el Aconcagua. Estamos tan apáticos que apenas apreciamos nuestra victoria. Apenas pensamos en dejar señas inconfundibles de nuestra ascensión. Maass hace una pirquita que sirve como trípode para su maquina fotográfica, y hace tres fotos de cumbre. Qué alegre estoy, que el me quita de encima este difícil trabajo. Las piedras reemplazan nuestras tarjetas de visita. Una hora permanecemos en la cumbre. Tenemos que bajar. A las 12 horas nos espera Don José en el campamento a 4400m.
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En la esperanza de que hemos dejado atrás la etapa más difícil, y que el descenso tiene que ser mucho más fácil que el ascenso – nos vemos profundamente decepcionados. Por segunda vez hago la experiencia, que en estos cerros muy altos, el descenso no trae alivio. El filo cubierto de roca volcánica y los rayos solares traen un segundo martirio. Yo me siento tan débil, que no puedo mantenerme en los pies. Yo me reclino y caigo sobre una piedra, y me duermo inmediatamente. Sin saber cuanto tiempo habré estado en esa situación, me despierto y me entra un susto que mis dos compañeros podrían estar esperándome abajo en el glaciar. Yo sigo tropezando, y veo con sorpresa que los amigos Sattler y Maass están 50m más abajo en las posiciones más increíbles y en sueño profundo. Yo los despierto – y seguimos camino. A las 12 horas alcanzamos el punto donde descansamos la noche anterior. ¡Una hora de descanso! Sattler y yo de nuevo caemos en un profundo sueño. Tan solo Maass opina que hay que comer algo, aunque sea sin apetito. Son las 12, es mediodía, y a esta hora todas las personas decentes comen. Pero la lección no tarda – y las arvejas, luego de una breve estadía en su estomago, vuelven al mundo exterior. A las 13 horas reiniciamos el descenso sobre el campo de nieve. Nos encordamos. Estamos tan agotados, que nos cuesta sobremanera agacharnos para ponernos los grampones. ¡Y en estas condiciones queremos atravesar todo el glaciar, ahora en la tarde, cuando el hielo apenas tiene la mitad de la resistencia soportante, donde los rayos solares producen riachuelos por todos lados, donde seracs y puentes caen por su propio peso! Seguimos bajando, hora tras hora. De arriba podemos ver mejor el glaciar, y elegimos siempre las hondonadas, porque estas tienen menos grietas. En estas hondonadas casi hay calma absoluta. Un calor agobiante y una sed intensa nos torturan. ¡Que diferencia de temperatura en pocas horas! Comemos nieve y tomamos agua de hielo. De poca duración es el refresco. A los pocos minutos la garganta y el paladar están secos, y apenas podemos decir una palabra.
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Seguimos perdiendo altura, y cada vez más grietas y abismos tenemos que atravesar o darles la vuelta (“umgehen”). Ni rastro de nuestras huellas de ayer. Yo lamento, como había sido mi intención según experiencia de otras ascensiones, no haber llevado un colorante concentrado, como por ejemplo “metilvioleta”, para marcar la huella. Esta muy visible línea punteada nos habría ahorrado muchas fuerzas. Pero así, tenemos que buscar las pasadas de nuevo. Ya son las 16 horas. El sol ya se inclina bastante. Hasta las 16 horas Don José debía esperarnos, y luego bajar de nuevo al campamento a 3800m. ¿Cuánto nos tomará la travesía del glaciar? ¡Ya veo aparecer el fantasma de una nueva noche triste! Estamos casi 35 horas ininterrupidamente sobre nuestras piernas. Totalmente apático tomo la punta. Ya no se escucha mi llamado “Asegurar”, cuando aparece una zona sospechosa, y yo chequeo la resistencia con el piolet. De vez en cuando miro para atrás, para ver si la cuerda está más o menos tensa. Maass, cuyas gafas se quebraron, queda totalmente ciego y camina con los ojos hinchados como un borracho detrás. Sattler de repente pisa terreno blando con un pié. Se ve, que todo está hueco por debajo. ¡Hasta donde llegará! Felizmente no sigue cayendo. Pág. 38Tenemos que cruzar un nuevo campo de penitentes. Entre las puntas de 1m de altura se ven por todas partes hoyos y huecos que inspiran poca confianza. Nos encontramos sobre grietas enormes. Por encima los penitentes apenas forman una estructura muy débil, y este es nuestro único apoyo, que cada momento puede irse abajo. También aquí con suerte pasamos. Ya veo la roca donde debe estar nuestro campamento a 4400m. Forzamos el paso de bajada, cuidando menos de los peligros. ¡Bah, de repente, se hunde el piso bajo mis pies! Poner el piolet atravesado – en fracciones de segundo. Con enorme estruendo caen a la profundidad las masas de hielo y nieve. Con las puntas delanteras de los grampones y luego de caer unos dos metros, puedo aferrarme a un pequeño resalte de las paredes de la grieta, que por lo demás son lisas como un espejo. Gracias a Dios, tengo un apoyo firme; la suerte una vez más está de nuestro lado. Todo caminante de glaciar sabe cuán difícil, incluso para alpinistas experimentados, es subir un hombre de las profundidades. Más encima, nuestra cuerda ya no inspiraba confianza, debido al roce con los cantos agudísimos de los penitentes. Si hubiera caído más profundo, nos habría quedado en el mejor de los casos un nuevo vivac en el hielo. ¡Quizás para siempre habríamos permanecido allá arriba! ¡Cómo respiro aliviado, cuando creo ver el término de esta maraña de peligros y penurias! ¡Con alegría exclamo: “lo hemos superado!” Cruzamos la última grieta. De allí escuchamos un crujir y crepitar, como dando pauta del trabajo de continuas fuerzas y tensiones. Lo que queda ahora, es cruzar un campo de penitentes y luego estaremos en nuestro campamento a 4400m. Enrollamos la cuerda, y sin este freno, yo parto adelante. ¡Cómo odio ahora estos penitentes del tamaño de un hombre, que de hecho son tan hermosos y siempre ejercieron una gran atracción sobre mí! Caigo en un hoyo – una vez por el lado derecho, otra vez por el lado izquierdo. A ratos golpeo con el piolet, y corto docenas de estas hermosas criaturas. Un susto me llevo aun, al darme vuelta y veo que Maass y Sattler han desaparecido. Por última vez pisan en las hondonadas llenas de agua, por lo que se enojan, pero sin tener consecuencias. Sobre las 19 horas llegamos finalmente a nuestro campamento a 4400m, y a las 21 horas Don José nos estrecha la mano (visiblemente liberado de una pesadilla de temores y preocupaciones). Alguna expedición equipada con todos los medios técnicos y científicos para el escalamiento de gigantes como el Marmolejo, ha consumido pequeñas fortunas. Nuestra caja común indica la suma notable de $ 900. El equipo científico constaba de una brújula, un pequeño termómetro, y un altímetro (que a partir de 5000m nos dejó clavado, porque su fabricante habrá considerado inoportuno de extender la escala más allá de la altura muy aérea de 5000m). Se puede apreciar, con qué limitados medios puede lograrse una ascensión de proporciones, con un poco de disposición al sacrificio y entusiasmo. Ascensiones como la descrita son sin duda fatigosas, y no factibles de realizar sin entrenamiento. De hecho he sentido mucho más satisfacción en cumbres menos altas. La vista es más majestuosa; también, el cuerpo esta más confortable y propenso a la impresión. Yo conozco, de hecho, la belleza de los Alpes – la meta de todo montañero; pero amo, no menos, a esta cordillera. La inmensidad y el colorido de sus grandes cumbres – testigos de una riqueza mineral inagotable – reciben, en diáfana atmósfera, al amante de la naturaleza con un hechizo difícil de describir. ¡Hora de fiesta del alma! Ampliamente, como en rededor la inmensidad del Universo, se abre nuestro corazón. Animados, y liberados de la gravedad de la tierra, nuestro mejor yo recorre los campos de nuestros anhelos por belleza y luz, escucha la armonía de las esferas, y por largo resuenan estos acordes puros en nuestra alma, cuando debemos regresar a la vida cotidiana, y reconciliarnos con las disarmonias e imperfecciones en la vida de los seres terrestres.
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Esperando que estas líneas puedan contribuir para despertar y profundizar el amor por el intacto e impetuoso-romántico mundo de los Andes. Mi “Wanderlust”, luego de una prolongada permanencia en Chile, me llevó a regiones tropicales. A mi me sucedió como a otros, para quienes Chile pasó a ser una segunda patria. Pronto regresé, no pudiendo contra el anhelo a las montañas de este hermoso y rico país, a este país que a nosotros, alemanes, en tiempos difíciles nos mantuvo la amistad y que en todo momento nos proporciona una hospitalidad de corazón.

NOTA(Revisión Octubre 2009) Luego de un análisis en profundidad, varios andinistas llegan (unánimemente) a la conclusión (es decir, confirman) de que la ascensión al Marmolejo fue por el lado argentino (vía Colina, Paso Nieves Negras, para establecer campamento alto a 4400m, al Este del portezuelo Marmolejo/San José). De allí siguen por el glaciar al portezuelo entre Marmolejo y San José, viran a la derecha, al Norte, y por el filo alcanzan la cumbre. El mapa con la ruta aproximada se puede ver acá:

Mapa Ruta Marmolejo
Mapa Ruta Marmolejo

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Artículo publicado originalmente en la Revista Andina 1928 Heft 2: